Fénix 12, 78-141

80 FENIX Embajador at large del ingenio limeño, acreditado ante los hombres de bien que aceptan la sonrisa como irrevocable credencial. Para terminar, una palabra de aclaración y de excusa. No ha sido mi propósito hacer obra erudita ni hubiera estado deritro de mi capacidad. He querido, tan sólo, prestar una modesta contribución al mejor conocimiento de una de las múltiples Pacetas que reviste la figura de Palma, arquetipo de pe- ruanidad, la cual a pesar del interés que suscita y de la popularidad de su nombre, todavía está en espera de la obra que la estudie en su conjunto, vale decir, siguiendo la rosa de los vientos, en todos los rumbos señalados par su estela luminosa. 1 JULIO ARBOLEDA Ricardo Palma no estuvo en Colombia. A lo sumo, desde la orilla de su extenso litoral, alcanzó a admirar el prodigio almenado de Cartagena o a tener una idea de :a policromía del verde frente a Buenaventura, todo ello sin contar con el ocasional e inquietante paso por la maraña selvática, de Cha- gres en adelante. Pero a falta d'e ese t r a h directo con el paisaje, tuvo el contacto espiritual y e! conocimiento -y con éste, el afecto- de los hom- bres de Colombia más representativos de la segunda mitad del Siglo XIX y creó a través de un diálogo personal, que se mantuvo en todo momento gia- cias al intercambio epistolar, una sutil trama de relación que ha sido cultiva- da por los hombres de buena voluntad y cuya expresión se encuentra en la permanencia de una corriente de simpatía que como obra del espíritu, no re- quiere -Laus Deo- de la mezalianza con los intereses de otro orden. Su primer amigo granadino, el primero de aquella larga lista de intaer- locutores del vecino norte, fué el poeta y soldado Julio Arboleda, ilustre por la estirpe y por el genio. El payanés llegó a Lima a mediadas de 1851, con la aureola de su inteligencia, de su inusitado triunfo oratorio en el Parlamen- to, de su cultura adquirida directzmente en Europa en largos años de estu- dio, de sus posibilidedes económicas y d~esu varonil prestancia, calidades que hacían de él un personaje de extraordinario magnetismo, cuyo valor intrínse- co rayaba a tal altura que sólo se le comparaba, en su solar de origen, con las figuras máximas de 3a epopeya heroica. Llegaba a Lima en el apogeo de sus 35 años, después de haberse desempeñado en su país en la prensa, la mi- licia, la diplomacia y la política; y de haber triunfado en ellas como César. De su estreno parlamentario diría José María Samper -también residente en el Perú, hacia 1865, como jefe de redacción de "El Comercio"- que "ja- más orador alguno entre nosotros había sida tan incisivo y concreto, tan aca- démicamente literario ni tan variado en su elocuencia". Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.12, 1956-1957

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