Fénix 12, 78-141
DON RICARDO PALMA EN COLOMBIA los hay. Se acerca á una mesa de juego y los dados le protejen á placer. Propónese con- seguir el cariño de la mas apuesta dama y e11 verdad que nosotros hacemos entonces uri ridiculo papel. Tu, conde de Santella, á quien reconocemos por el gala11 mas feliz has tenido que cederle la conquista de la Perla, esa divinidad de bastidores. Por mi santo pa- tron, caballeros, que esta es mucha verguenza. ¿Tendremos que retroceder siempre á ?a presencia de ese titere? -Como soy, amigos, que pienso que ese hombre tiene algun diablo familiar. Aqui todos los apuestos mancebos se santiguaron; porque en aquel!os dias poco im- portaba la depravacion del alma con tal que se diese culto á una supersticion esterna. 1171 Uno de los jóvenes añadió con aire mojigato. -Si hubiera inquisicion b u e ~ acuenta dariamos de él. -Oh! caballeros: medios nos sobran para cicshacernos rle ese rival, dijo aquel á quien habian designado con el título de conde de Santella. -Un desafio! -Niñada! Exitemos los celos de Mauro y acabará por despreciar á Maria Ó por vengarse; porque esta vez está perdidamente enamorado. -Hablas como un teatino, conde. -Vaya una copa de manzanilla. -A vuestra salud. -Brindo porque la fortuna nos proteja y logremos desbancar á Cordato. -Señores, son las siete y apenas nos queda tiempo para llegar a1 teatro antes de levantarse el telon. -Sí: vamos á aplaudir á la Perla, esa reina por la belleza y el talento. Tomaro~sedel brazo los jóvenes despues de pagar el conde el gasto que habian hecho y salieron del café con dirección al teatro. CAPITULO 111 DETRAS DE BASTIDORES Las siete de la noche acababan de sonar en [ S ] el reloj de la catedral y una inmensa multitud afliiia por los corredores del teatro que no podia ya contener mas gente en su recinto. El teatro de Lima es el edificio mas apropósito para desacreditar una capital. Su platea incómoda y estrecha donde con gran trabajo pueden colocarse seiscientas personas, tres órdenes de palcos con pretensiones de cuartuchos, su techo amenazando desplomarse, y si se añade el comercio que se hsce encadenando un crecido número de asientos, comer- cio que la policia tolera; ya tendrá el estrangero una débil idea de este local. El pueblo, decidido partidario de las comedias, acudia en tropel á las llamadas de majia y aplaudia con frenesí cada fantasma que se asomaba por escotillón, y cada anjelito que volaba desde 1s escena á la cazuela con ausilio del tramoyista. Aquella noche se daba La flecha de Amor en que á Cupido con sus alas doradas y su aljaba de carton le tocaba el rol mas importante. Imajinamos que á nuestros lectores les interesa muy poco el argumento de la co- media. Los conduciremos pues á uno de los cuartos del vestuario. Un candelabro de plata ilumina la estrecha vivienda, cuyos únicos muebles son: un sofá y tres sillas forradas en terciopelo carmesí. Sobre iina mesita de ébano hay un elegante neces- [9] ser y la luz refleja sobre un espejo de cuerpo entero. En el sofá se encuentra reclinada una bellísima dama y á sus pies sobre un taburete está sentado un apuesto mancebo que la mira con ternura. Ah! ¿porqué Dios habrá fijado en los ojos la espresion de los sentiaie~itosintimas? Cuántas veces si nuestros labios fingen un sentimiento, los ojos están diciendo -mentira! Y cuando el hombre siente que su espiritu vaga en un espacio sembrado de ilu- sorias armonias, cuando se desencadenan los raudales de amor que el corazon encierra entre nuestras manos temblorosas estrechamos las de la mujer querida; por mas que pretendamos ocultarlo, los ojos nos traicionan: y publican -ese hombre ama. Lenguaje misterioso que nadie nos enseña en la tierra; porque solo de la Divinidad pudimos aprenderlo. La dama era una actriz á quien por su hermosura llamaban la Perla sin rival. Débil es nuestra pluma para trazar el bosquejo de tanta belleza, Su nombre era María. E l joveri es Mauro Cordato cuyo retrato intentaremos presentar: frente espaciosa, negras y pobladas cejas; la mirada audaz del águila, tez pálida; pequeños bigotes sobre labios en que se hallaba incrustada una sonrisa á la vez melancólica y desdeñosa; tal era el semblante de Mauro. [lo] Ordinariamente vestia pantalon negro y un abrochado redingote del mismo color. Era lo que antes se nombraba un iechuguino y hoy un lyon. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.12, 1956-1957
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx