Fénix 17, 3-33
14 FENIX cumplió ochenta años de edad y sesenta de serViCIOS a la institución y nadie se atrevió a pedirle que se retirara; se respetaban sus mereeimientos innegables como erudito e investigador y ante cualquier rumor o chisme de que un cambio pudiera ocurrir, acudía donde el Ministro o el propio Presidente, denunciando en forma dramática que ese gesto envolvía una ofensa personal que no era justo inferirle. Parecía, efectivamente, cruel arrancar a este hombre, todavía robusto y ágil, del lugar donde transcurriera toda su vida. Preocupóse el Estado, sobre todo desde el gobierno de Leguía, de las obras públicas; con ellas, en los años siguientes, recibieron atención algunos programas de asistencia socia!. Dentro del ramo de la Educación ¡había tánto que hacer! . La Universidad no podía ser jamás olvidada, dentro de las limita– ciones de la época, porque los estudiantes tácita o expresamente defendían la reforma y no faltaban catedráticos influyentes que buscaban ayuda en un sen– tido o en otro. Los planteles de educación primaria, secundaria, normal y otros constituían, asimismo, un mundo en fermento eonstante por obra de los alum– nos, profesores, padres de familia, representantes a Congreso y otras personas. La estruetura de los museos de arqueología y antropología habíase transformado gracias al dinamismo y al empuje de hombres como Julio C. TeIlo y Luis E. VaIcárceI. Pero la Biblioteca Nacional (como el Archivo Nacional, como los Museos coloniales y republicanos y como el Museo de Pinturas) eran otra cosa. Pocos sabían la gravedad de la crisis de la Biblioteca, aumentada silenciosamente por un proceso de "omisión" permanente. Algunos creían que esa crisis con– sistía tan sólo en una restricción en las horas de servicio de lectura, o en la in– comodidad de la falta de catálogos que daban lugar a la ignorancia acerca de los materiales almacenados en las estanterías. La crisis consistía, en reali– dad, en la sub-estimación de los valores de la cultura. El incendio fué el re– sultado de ese mal endémico en el Perú del siglo XX. Que alguien quemara la Biblioteca es cosa sujeta a discusión, probablemente nunca cerrada; que la Bi– blioteca pudiera quemarse es el hecho más ominoso y lamentable ocurrido hasta ahora en el Perú en el siglo XX. ¿Dónde estaban los cuidados elementales para el servicio eléctrico, si el mal estado de dicho servicio podía ser el origen del siniestro? ¿Por qué no existía la vigilancia mínima que un local de esa clase requería día y noche, y que, de haber funcionado, habría permitido siquiera la oportuna localización del fuego? ¿Por qué no se había puesto cuidado especial en las especies más valiosas guardándolas en cajas de fierro o en estanterías de acero o depositándolas en lugares de seguridad en los bancos? Por lo menos la figura jurídica del "delito culposo" asoma en este caso; si bien, para ser jus– tos, envolvía no tanto a quienes habían tenido a su cargo la administración de la Biblioteca, sino a los que, durante muchísimos años, nada hicieron para me– jorarla. Excluídos de ese juicio hállanse por cierto, quienes intentaron pre– visoramente el cambio y no contaron con suficiente poder para hacerlo efectivo; tal es preeisamente el caso del doctor Manuel Beltroy, Director de Educación Artística y Extensión Cultural en aquellos momentos. Los culpables verdade– ros por el olvido, en delito por omisión, eran el Estado, a través de muchos años y de varios gobiernos; y era también la opinión pública. Ojalá que este abandono de la Biblioteca Nacional no se repita en nues– tro tiempo o en el futuro, sí bien a veces parece vislumbrarse. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967
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