Fénix 17, 3-33

16 FENIX en efecto, con la ayuda de diversas dependencias oficiales, un plan sistemático de rescate de papeles semiguemados o mojados, recogiéndolos del suelo, lim– piándolos y ordenándolos; con especial atención para las zonas en donde los más valiosos habían estado almacenados. Una máquina que se había importado al Perú para secar las paredes del nuevo Palacio de Gobierno en 1938, fué presta– da por el Mnisterio de Fomento y funcionó bajo la dirección del Ingeniero Roberto Dammert Tode. Mucho nos sirvió esa máquina para secar papeles; en otros casos los llevamos a Chosica para que se secaran con e! sol. Así fué cómo resultó posible salvar valiosos periódicos, folletos, libros y manuscritos cuya relación minuciosa Iué publicada en listas sucesivas a medida de que el trabajo avanzaba, en el Boletín de la Biblioteca. ¡Qué pesadilla espantosa vivimos por unos minutos una tarde en que, por un desperfecto de la máquina o por un error en su manejo, aumentó en exceso el calor por ella producida y algunos documentos comenzaron a chamuscarse, felizmente sin otro daño mayor! De estas especies rescatadas, algunas de las más preciosas (conviene insistir aquí en ello) fueron despachadas a Estados Unidos para que fueran objeto de un tratamiento especial de restauración, pese al costo muy alto de ese tratamiento. Paciente trabajo que ocupó muchísimo tiempo. Hubo, en ciertos casos, necesi– dad de pasar meses para que se completasen las hojas de un folleto o los nú– meros de una colección de periódicos. Al final las pérdidas provenientes del incendio se habían reducido en algo. En otros casos el esfuerzo resultó inútil. Colaboraron abnegadamente en esta tarea Ella Dumbar Temple, Alberto Tauro, Luis Fabio Xammar, Eduardo Martínez, Absalón Infante, Edmundo Cornejo, y de modo principal los cuatro antiguos funcionarios ya mencionados antes. En las labores de limpieza y arreglo ayudó durante algún tiempo un grupo de seño– ritas voluntarias de la Cruz Roja dirigidas por la señorita Josefina Tudela Barreda. No sólo del suelo calcinado y cenagoso teníamos que sacar los fondos de la nueva Biblioteca. Había una segunda labor que empezó de inmediato y Iué tomando mayor impulso cuando, hacia enero de 1944, ya se hizo innecesario permanecer en el "reducto" donde habíamos vivido, en el antiguo local de la Biblioteca, dentro de un misérrimo conato de oficinas y depósitos de libros en el sector que antes ocupara e! Archivo Nacional. Allí llegó, de paso por Lima, el catedrático y crítico chileno Arturo Torres Rioseco. Impresionado con el cuadro desolador de! edificio en ruinas y de nuestro pobre alojamiento, Torres Rioseco dijo a un amigo que, si fue cierto que el ejército chileno, al ocupar Li– ma, se había llevado los libros de la Biblioteca Nacional, por lo menos les había dado mejor trato. Tal vez no percibió bien que, en esos primeros meses des– pués del incendio, necesitabamos quedarnos al lado de los escombros para exca– var, recoger y ordenar todo lo que fuera posible sobre el terreno mismo por incómodo, o desagradable, o poco decorativo que pareciese. La segunda etapa comenzó cuando, ya por la razón antedicha y porque era necesario ir a la demolición para empezar el nuevo edificio, tuvimos que mudarnos a otro sitio. ¿A dónde podíamos ir? Por un momento pareció que conseguiríamos el local del Banco Alemán Trasatlántico, lo cual habría sido espléndido; pero eso no resultó posible a pesar de reiterados esfuerzos. Se me insinuó como lugares apropiados, entre otros más inconvenientes, el llamado "Castillo Rospigliosi" y la antigua casa de la Compañía de Agua Potable, en la calle Padre Gerónimo. Al primero lo consideré demasiado lejos de los centros oficiales y particulares con los que necesitábamos frecuentes contactos. La se– gunda hallábase en un estado semi-ruinoso y en esa situación no parecía alber– gue conveniente para la Biblioteca Nacional por un período que podía ser largo. Por fin, después de innumerables idas y venidas, consultas y debates, se convino Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967

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