Fénix 17, 3-33

EN LA BIBLIOTECA NACloNAt 21 En suma, si se toman en cuenta las especies rescatadas o restauradas, la colección de folletos Zegarra que no fue tocada por el incendio, las compras, los canjes y los donativos, llegamos a tener la base para una excelente documentación peruana antigua y moderna; mucho más hubiera sido posible conseguir si hu– biéramos dispuesto de mayores cantidades de dinero para enviarlas, después de la guerra mundial, a ciertos agentes europeos, norteamericanos, argentinos, bolivia– nos y chilenos y si, en relación con especies en poder de intermediarios en Lima, no hubiéramos sufrido más de una vez, la implacable competencia de algunos eruditos y la de algunos coleccionistas acaudalados. La compra más espectacular que hicimos (si bien no la única de gran importancia) fue la de la colección del general argentino Agustín P. Justo. Como he narrado los detalles de ella en la Memoria a la que antes me he referido y en una nota aparecida en el Boletín de la Biblioteca Nacional, sólo vaya hacer un resumen de lo ocurrido. En la época en que ocupé la dirección de la Biblioteca Central de la Universidad de San Marcos pude informarme varias veces de las gestiones que hacía constantemente el general Agustín P. Justo, entonces Presi– dente de la República Argentina, por medio de la Embajada de su país, para adquirir obras raras y valiosas peruanas y americanas. Análoga labor estaba a cargo de las Embajadas ante otros países del continente. Justo ansiaba emular y superar a su compatriota el general Bartolomé Mitre, en el esfuerzo para atesorar una gran biblioteca. Cuando visité Buenos Aires en 1942, el mismo ex-Presidente me paseó por su casa para mostrarme con gran orgullo la ingente riqueza cultural que había coleccionado. De ahí, pues, mi intensa emoción cuando, por una carta particular de Buenos Aires, supe que ella estaba en venta, después del falleci– miento de Justo. El precio en que había sido tasado, aunque no era excesivo, me angustió, pues no disponíamos de ese dinero en la Biblioteca Nacional. Como quien piensa en voz alta comuniqué mi zozobra a un amigo, hombre muy acau– dalado. Este, con gran tranquilidad, me aseguró que él y algunos amigos podrían reunir aquella suma. "Erogamos más dinero cuando hay campañas electorales", me dijo con aire confidencial. Comuniqué la buena nueva al Presidente Prado quien aceptó el aporte de los particulares sólo hasta por la mitad de la cantidad pedida por la familia Justo. Empezaron entonces las gestiones en Buenos Aires, por medio de nuestra Embajada, a cargo entonces de José Jacinto Rada cuya colaboración eficaz merece el más vivo elogio. Fué una verdadera lucha, primero con la Universidad de Texas que ofrecía más dinero que nosotros y luego con el gobierno argentino, deseoso de impedir una exportación que tan importante pa– reció después de un editorial de La Prensa bonaerense. Gracias a diversas manio– bras estratégicas y tácticas, fue posible al fin nuestra victoria. En Lima, hubo que vencer, al mismo tiempo, los reparos de algunos Ministros para quienes se iba a efectuar un hecho destinado a ensombrecer nuestras relaciones diplomáticas con la Argentina. Pero surgió entonces una nueva dificultad. El amigo acaudalado que había hecho la promesa se ausentó de Lima y no pude comunicarme con él. Hubo que empezar, por otros conductos, merced a la gestión del doctor Manuel Vicente Villarán, la tarea de reunir los donativos de empresas y capitalistas particulares para completar los fondos necesarios. Los donantes fueron: el Banco de Reserva del Perú, el Banco Popular, Gilderneister y Cía., Eulogio Fernandini, el Banco de Crédito, Luis Guillermo Ostolaza, las Empresas Eléctricas Asociadas, el Banco Internacional, la Compañía de Seguros Rímac y la Compañía Internacional de Seguros. Por fín todo se obvió y la biblioteca Justo llegó a Lima. Ella sola bas– taba para otorgar jerarquía a la Biblioteca Nacional del Perú. En un país en el que tanto se ha abusado con el envío al exterior de sus caudales bibliográficos, se realizó, corno nunca ocurriera antes, una importación de ellos en gran escala. Sólo hubo un caso comparable: el de la llegada de la biblioteca completa de Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967

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