Fénix 17, 3-33
26 FENIX lo que mejor pudimos. En general me siento contento con la labor realizada en 10 ql.!e ata.ñe a los libr.os , ~,las estan~erías de acero (que fueron encargadas a F :anc!a. J:'aJ.o nuestra chr~cclOn, d~spues. ~e luchar ten~zm~nte contra la pe– regn~a irucratíva de construirlas de Eternit"), a las publicaciones; y en lo que concierne a la Escuela. Creo, en cambio, que mucho mejor resultado pudimos obtener entre otras cosas, sobre todo en cuanto al edificio. La idea de mante– nerlo en su sede tradicional íué, a mi juicio, acertada. Aparte de las razones históricas, esa zona está en el corazón de la vida comercial y oficial de la ciudad, cerca de la Universidad, de la Plaza de Armas, de la Plaza San Martín, de la Plaza del Congreso y hasta del Mercado Central. También me parece feliz la decisión de hacer avanzar el nuevo edificio hasta tomar toda una cuadra de la Avenida Abancay, incorporando la casa que había de propiedad del Estado entre esa Avenida y la calle Botica de San Pedro y expropiando una pequeña pro– piedad particular en la antigua calle Chacarilla, Así ocupó un terreno mucho más grande que el de la antigua Biblioteca Nacional. Esta última expropiación, por cierto, costó bastante trabajo y el dueño, italiano de nacionalidad, hizo lo po– sible por demorar y obstaculizar; y ante tanta dilación también yo tuve que inter– venir, pues acudí a amigos comunes para rogarles que ellos usaran con energía y tino el método persuasivo. No censuro tampoco la concepción general del nuevo edificio, en cuanto acepta Ja función dinámica de la institución y provee espacio para exposiciones, sala de conferencias, cinema y servicios especiales para niños. En ese sentido general presté mi aquiescencia a los planos, bajo la creencia (en todo momento defendida por mi) de que recibirían cuidadosa revisión por técnicos en Estados Unidos. Fue por eso que, cuando llegó a Lima el biblotecario señor Metcalf, insistí en que revisara los planos, cosa que hizo y cierto es que todas las modificaciones por él sugeridas fueron aceptadas. Más tarde, gestioné y conseguí que el Comité norteamericano de ayuda a la Biblio– teca Nacional de Lima, invitara al arquitecto a quien el Ministro de Fomento había encomendado la obra; esc viaje se realizó al fin pero demasiado tarde, cuando los trabajos habían empezado y entiendo que no dió lugar a ningún cam– bio sustancial. Adquirí (o acrecenté) fama de hombre difícil por mi incapacidad para conformarme con las deficiencias que fuí comprobando que el edificio tendría y con la lentitud en su construcción, desesperante para los que día a día, veíamos crecer las incomodidades de nuestro alojamiento en la Escuela de Bellas Artes y sentíamos que ya, hacia fines de 1944, por lo menos en parte, podíamos pres– tar servicios al público. Los planos fueron hechos dentro del Ministerio de Fomento. Asimismo, la construcción fue llevada a cabo por un ingeniero contratista, también bajo la supervigilancia de ese Ministerio. Desgraciadamente hubo no sólo lentitud, sino también una orientación por la cual no pudo irse por secciones o áreas del vasto edificio. Un gran personaje de la política peruana, al constatar por aquellos días mi angustiada preocupación por los planos, me preguntó irónicamente dónde había hecho estudios de Arquitectura. No pretendía entrometerme en esa pro– fesión por cierto. Pero había leído muchas obras sobre arquitectura bibliotecaria desde 1940. En aquella época, con motivo de mi viaje a Estados Unidos durante el Congreso Científico Panamericano, el Rector de la Universidad de San Mar– cos, Dr. Carlos Villarán, me había pedido que viera lo que podía obtenerse acer– ca de las bibliotecas en modernas "campus" de Universidades. No hay diferen– cias substanciales entre bibliotecas públicas y universitarias; y para mejor saber acerca de aquellas era útil conocer algo acerca de éstas. Así fue como llegué a valorizar la para entonces, magnífica obra de Wheeler (bibliotecario y no Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967
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