Fénix 17, 3-33
EN LA BIBLIOTECA NACIONAL 27 arquitecto) sobre los locales de las bibliotecas públicas editada en 1941, ver– dadera enciclopedia en aquella época (hoy superada) acerca del asunto. Sabía bien que el tipo monumental o suntuario de la biblioteca no está en boga, aun– que la representaron, en cierto sentido, edificios tan bien conocidos como la Biblioteca del Congreso de Washington y la Biblioteca de Nueva York. Con estos antecedentes y con lo que el personal de la Escuela de Bibliotecarios es– tudió, pudimos decir con previsión casi matemática cuáles iban a ser las defi– ciencias fundamentales que el servicio al público tendría si para su cumplimiento se seguían las normas implícitas en los planos; y pudimos cambiar la organiza– ción de los salones de lectura en forma que no fue del todo satisfactoria pero, al menos, no resultó desastrosa hasta que el crecimiento de la ciudad y del pú– blico (no previstas oportunamente por el Estado) ha creado nuevos y graves problemas que la incuria oficial no soluciona. No nos dejaron hacer cambiar el plano mismo, la ornamentación y la fachada cuando, ya después de 1945, tuvimos más autoridad porque se nos dijo que no era ético que ningún arqui– tecto rectificara planos ajenos. De más está casi decir que tampoco tuvimos nada que hacer con los aspectos ornamentales o estéticos del edificio. Si re– nuncio en 1945 ó 1946 por no estar de acuerdo con éste ¿no habrían dicho todos que me apartaba con un pretexto con el fin de ocultar la ineptitud para cumplir con los compromisos que había contraído? Con lo que estuvo bajo nuestra jurisdicción, cumplimos. La obra téc– nica de preparar los planos y de construir el edificio no fue incumbencia nues– tra ni podía serlo. Jamás -ni bajo el gobierno de Prado ni bajo el gobierno de Bustamante- quedó rota la autonomía que a estc respecto tuvo el Minis– terio de Fomento. Lo que sí conseguimos fue que, al lado de la puerta prin– cipal se pusieran dos letreros. Uno dice: "El saber, como la riqueza, es fecundo cuando se pone al servicio del hombre". Y el otro: "Las puertas abiertas de esta casa dan acceso a la cultura de todos los tiempos". En cuanto a los fondos para el local, yo había obrado bajo la creencia de que habían abundantes rentas especiales, provenientes de un empréstito sobre obras públicas. Tampoco sobre eso se me había informado. Cuando había em– pezado el segundo semestre de 1945, los trabajos quedaron paralizados. Me tocó, como Ministro de Educación entre agosto y octubre de 1945, arreglar con el Ministro de Fomento, Ingeniero Enrique Góngora, para que la Junta Pro– Desocupados contribuyese, en parte, a salvar ese obstáculo. Pero el volumen de lo que faltaba construir a fines de 1945 era demasiado grande y la Junta no podía asumir dicha tarea. . Ese momento y el trance en que me ví abocado a conseguir poco menos de medio millón de soles para la biblioteca Justo, forman los más negros epi– sodios de todas estas luchas. La paralización del edificio fue todavía algo más grave, más peligroso. Al fin y al cabo, cuando se presentó el problema de la biblioteca Justo estábamos bajo el gobierno de Prado, en prosperidad eco– nómica y en calma política. Pero la paralización del edificio ocurrió bajo el nuevo régimen, en medio de una crisis fiscal creciente y de una lucha política que, poco a poco, parecía marchar al caos, lejos, muy lejos, del momento en que la opinión pública se había conmovido tanto con el incedio de la Biblioteca Nacional. La perspectiva que parecía inevitable era la demora indefinida de la obra, un edificio trunco, apenas empezado. Hubo un hombre cuya acción fue decisiva para la importante ayuda de los particulares en la compra de la biblioteca Justo: fue el doctor Manuel Vicente Villarán cuyo nombre ya he mencionado. Recorrió el doctor Villarán, entonces, despachos y oficinas en pos de óbolos substanciales y si, en algunos casos, recibió generosa acogida, en otros sufrió desaires o descortesías a las que Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967
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