Fénix 17, 3-33
EN LA BIBLIOTECA NACIONAL 9 rio de viaje del Amazonas en su vuelta al mundo, no tocado por el fuego pero con el contenido borrado por el agua. Parecían haberse ensañado las llamas con las dos salas Europa, la Sala América, el salón de lectura y el depósito de publicaciones periódicas. De ellas (como tuve más tarde oportunidad de comprobar) nada o casi nada pudo sal– varse. La destrucción fue allí casi siempre completa, pese al hecho de hallarse los libros alineados en las estanterías, presentando hacia afuera, como en un muro, sus empastes de cuero. Tampoco un fragmento quedó de la galería de retratos de grandes escritores peruanos que adornaba el salón de lectura; ni una sola de las valiosas colecciones de diarios y revistas sin encuadernar, guardados bajo llave en el depósito del fondo del edificio, a la derecha del salón de lectura. La parte exterior, entrando a la izquierda, había quedado, en cambio, intocada por la acción oportuna de los bomberos. Por lo tanto, el despacho del Director continuaba como si nada hubiese ocurrido, con su misma vieja pobreza, en la patética desolación anterior al incendio. El mismo cuadro existía en las dos salas de depósito de revistas, al frente de esa habitación, ya colindantes con el Archivo Histórico. Mucho más extensa resultaba (mirando desde la calle de Estudios, o sea desde la entrada de la Biblioteca) la propagación de las llamas en el sector cercano a la iglesia de San Pedro. Aparte de la sala de lectura y el depósito interior de periódicos, habían ellas recorrido un largo trayecto para destruir, como ya he dicho, las salas Europa antigua y moderna, la vastísima sala América con los libros peruanos y el estante de manuscritos y habían dejado muy mal parada la sala de periódicos colindante con dicha calle. Y como aquí el edificio tenía dos pisos, al destruir los techos, habían penetrado por abajo en la Sociedad Geo– gráfica, para ocasionar considerables daños a esa institución. El incendio, pues había funcionado en profundidad en el área de la de– recha, con lo cual destruyó la sala de lectura y el depósito de periódicos no encua– dernados; y en la zona izquierda había avanzado con tremenda furia en dirección contraria, hacia la calle de Estudios. Es decir, la proyección hacia la calle había sido desigual; completo en este último lado y a gran distancia en el otro. Ha– ciendo un corte paralelo, resultaba así que la sala de la Dirección, no tocada por las llamas, venía a quedar a la mitad del otro recorrido de ellas en dirección a la calle Estudios. En la mañana en que visitamos la Biblioteca con el doctor Solf y Muro, el espectáculo desconsolador no provenía únicamente del incendio. Nada enér– gico y cuidadoso se había hecho para rescatar del lodo y las cenizas aún hu– meantes, lo que todavía hubiese podido tal vez salvarse. Empleados abnegados se dedicaban, por cierto, a esa labor; pero su número era escaso y actuaban sin elementos auxiliares, sin plan, sin comando. Los papeles que ellos extraían eran depositados en el patio, sin que nadie se preocupara por secarlos en la forma más conveniente. La Comisión Pro-Reconstrucción habíase constituído permaneciendo in– tacta la autoridad del Director, don Carlos A. Romero. A él, obedecían los em– pleados. No teníamos ni el Dr. Solf y Muro, Ministro de Relaciones Exteriores, ni yo, individuo particular con un nombramiento "ad honorem", la facultad de impartir órdenes dentro de lo que quedaba del establecimiento. Me limité, por mi parte, como Secretario de la Comisión Pro-Reconstrucción, a insistir ante el Dr. Solf y Muro y ante el Ministro de Educación acerca de las necesidades que parecían inmediatas, a ayudar en lo posible a las labores de las sub-comisiones, a estimular y centralizar los donativos en dinero tratando de organizar para ello comités en toda la República y a formular directivas para las representaciones Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967
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