Fénix 17, 63-91
FENIX Aunque cronológicamente muy posterior al medioevo, Nicolás Jamin (1711-1782), seguramente por ser religioso, refleja en sus consideraciones sobre la lectura (2r.) muchas opiniones que probablemente tuvieron plena vigencia en la Edad Media. Este escritor ascético francés estima que hay seis razones fun– damentales para practicar la lectura: Ira. Divertir el tiempo cuando faltan las ocupaciones; Zda, Suspender al lector en el sentimiento de las penas que ordina– riamente acompañan a la vida humana y consolarse con los muertos de las pe– sadumbres que se pueda recibir de los vivos (por esto se han dedicado a leer y escribir muchos grandes hombres); 3ra. Salvar el accidente del espacio entre se– fes humanos distantes; 4ta. Salvar el accidente del tiempo entre las distintas eda– des; 5ta. Romper la ignorancia; 6ta. Abrir los ojos sobre el verdadero valor de las cosas del mundo cotidiano. En las razones de J amin se encuentra la concepción de la lectura como refugio frente al mundo exterior, éste de doloroso contacto y de existencia intras– cendentc. Desde el Renacimiento (s. 15 A. c. ), poco antes de la invención de la imprenta, aparece el libro en su forma que le conocemos en la actualidad, según Ortega y Gasset eH). Este libro "no pretende ser código ni revelación": es sim– plemente la obra de un hombre instruido cualquiera. El hecho coincide con el movimiento humanista, que vuelve la atención, hacia los valores propios del hom– bre y los reivindica de su postergación durante el Medioevo. En el lapso en que el libro fue afán individual, conservó cierta autenti– cidad; pero en cuanto se convirtió en objeto de algún interés social, en negocio y en cuestión de vanidad, su valor y autenticidad comenzaron a declinar. La difu– sión de la imprenta fue el principal factor que posibilitó el surgimiento del interés social por el libro, pues antes de ella era "más raro y más caro que las piedras preciosas" al decir de Voltaire (27). En el siglo XVIII, en pleno movimiento de la Ilustración, el interés social por los libros era ya bastante marcado. Voltaire (1694-1778), en su "Diccionario Filosófico", proporciona una visión de lo que entonces, como consecuencia de ese interés. sucedía: . "Los libros gobiernan todo el universo conocido, menos las naciones sal– vajes ... En (estos) libros, sucede como en los hombres, un insignificante número de ellos representa un gran papel; los demás se pierden en la multitud ... Nos quejamos de tener exceso de libros; pero no debemos quejarnos, porque nadie nos obliga a leer; es escasísimo el número de individuos que leen, y si leyeran con fruto, ¿se dirían las deplorables tonterías que hoy llenan la cabeza del vulgo? ... Lo que multiplica los libros es la facilidad que hay para escribir otros, sacándolos de los ya publicados. Todas las historias, todos los diccionarios, las geografías, se escriben sobre otros similares". Jamin, por su parte, si bien en un sector de sus opiniones reflejaba un criterio imperante varios siglos atrás, conocía en cambio su época lo suficiente como para percibir un defecto que cundía entre sus contemporáneos ilustrados: "Grande en los hombres de la antigüedad el amor por la lectura, no te– nían, como los sabihondos de nuestro tiempo, aquella presunción y vanidad de creer que todo lo saben, sin necesitar de las luces de los antiguos, y que se bastan a sí mismos". eS) 25. Jarnin. Antídoto contra los malos libros o tratado de la lectura cristiana. 26. Ortega y Gassct. Op. cit. 27. Voltuire, Op. cit. 28. Jamin, Op. cit. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967
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