Fénix 17, 63-91
LA ORIENTACION DE LA LECTURA 75 Como si tuviera un sino paradójico la cultura, que en cuanto trata de ser difundida infunde una nefasta suficiencia a la época, desvinculándola del pasado y anquilosándola. Voltaire y Jamin muestran el panorama de los libros y la lectura durante un período en el que se intensificó el interés de la sociedad por ellos. Se aprecia que el panorama es típico, puesto que es parecido al de la actualidad, aunque éste se encuentre desmesuradamente ampliado y complicado por los fenómenos de la ciencia y la técnica. John Ruskin (1819-1900) es quien mejor ha definido el libro, con un criterio que, pese a los grandes cambios que ha traído este siglo, conserva vigor. Para él el), todos los libros son divisibles en dos clases: los de siempre y los del momento. Los del momento, son "propiedad peculiar de la edad presente" (pueden ser agradables, humorísticos, útiles, etc.). Pero, aun, se hará el peor uso de ellos si se les permite ocupar el lugar de los libros de siempre, que son los verdaderos. Cualquier libro se puede leer -y hasta aprovechar- pero lo prin– cipal es contemplar luego si es digno de conservarse. El libro verdadero se escribe con deseo de permanencia, no de mera comunicación. Los otros libros sólo son eficaces sustitutos del lenguaje hablado, que tiene limitaciones insalvables. El autor del verdadero libro tiene algo que decir que percibe como útil o bello; sabe que nadie lo ha dicho aún y cree que nadie puede decirlo. Al escribir, expresa algo así como la cantidacl de luz del sol que le ha sido permitido apoderarse aquí en la Tierra. Se siente obligado a sacarla de sí y fijarla. Al hacerlo, dice a la hu– manidad: "esto es lo mejor de mí; por lo demás, yo he vivido como los otros en todos los aspectos. Mi vida va a desaparecer, pero esto lo he sentido y lo conozco. Esto, si hay algo de mí que lo sea, es digno de vuestra memoria". Hay muy pocos hombres que pueden dejar libros verdaderos. Más aún, a menos que se trate de una persona verdaderamente singular, no se puede esperar que un individuo tenga pensamientos auténticos ni derecho a opinión. Walt Whitman e lO ) opina en forma semejante respecto a los libros. Para el gran poeta norteamericano en todas las edades hay dos clases de libros: menos de medio centenar de "obras típicas, originales y representativas, distintas a todas las anteriores y encarnando en sí mismas sus propias y principales leyes y razones de ser" y otras, innumerables, que son sólo irradiación de las anteriores. Ruskin es un aristócrata rotundo; pero por el momento se puede hacer abstracción de su pesimismo sobre la capacidad intelectual ordinaria del ser hu– mano y aprovechar exclusivamente el esclarecimiento que hace en el concepto de! libro. Es muy atinado diferenciar los libros con características que les dan valor permanente, atemporal, de los que solamente tiene una finalidad comu– nicativa inmediata. Pero se debe aclarar que los pocos de la primera categoría solo tienen un valor permanente relativo, ya que ---como dice Ortega y Gasset– toda obra humana participa de las circunstancias y al cambiar éstas --en un lapso determinado-e- queda incompleta. A la división que hace Ruskin, todavía se le puede agregar otra categoría: la de los libros falsos o malos de los que habla Ortega. Estos, por supuesto, únicamente pueden localizarse entre los del mo– mento, reconociéndose por ser inaprovechables o sin sentido. En la última etapa de la trayectoria histórica del libro, (siglos 19 y 20 especialmente), se encuentra que el interés que ha tomado la sociedad por él es máximo. Se ha decretado la ilustración de las masas; es decir, se intenta incor– porar a la cultura a todos los individuos mediante la lectura. Como colosal re– curso, la sociedad cuenta para este fin con la técnica, la que ha impulsado gran- 29. Ruskin, Sésamo y azucenas. JO. Whitrnan. Clases de libros. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967
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