Fénix 17, 63-91
LA ORI EN TACIONDE LA LE CTURA 83 lúmencs enteros buscando despejar solamente toda las posibles citas de Ausonio; sin embargo, esta actitud se puede expl icar, como un instrumento que le había hecho crear la convicción, la vocación, adquirida precisamente por el mensaje de ciertos libros. 9 .- Necesidad de la lectura autónoma para la aprehensión cultural Al encontrarse valores espirituales que el hombre necesita, en el libro, progresivamente desarrolla el espíritu una sensibilidad para ellos. Esta sensibi– lidad no se crea; ya se ha visto que existe; pero si no encuentra sustento ade– cuado en el exterior, se atrofia. Los seres humanos no tienen el espíritu tan diferen te como para no presentar las mismas necesidades principales (sobre todo en una civilización como la actual, de ambientes homogéneos, que no lo forman muy distintamente). El espíritu de todo joven clama por alimento; pero el joven mismo no sabe qué es lo que tiene en sí y no se explica su inquietud. De los demás, si algunos vislumbran la calidad de las necesidades espirituales, poco pueden hacer por su prójimo, pues en sí mismos tienen otra urgente demanda similar. El homb re acaba por postergar, ignorante, su espíritu y llega a llevarlo como un lastre en su existencia. Casi todas las insatisfacciones y resentimien– tos recónditos que afloran eventualmente en los hombres maduros y ancianos son probablemente las quejas agrias de sendos espíritus frustrados . Se puede haber tenido todo lo necesario y más en la vida social. La sociedad atiende y provee todas las necesidades del individuo, menos las del orden espiritual, por una sencilla razón: éstas son de satisfacción individual y ninguna fórmula co– lectiva las alivia. La Educación es colectiva y sólo forma la cáscara del indi– viduo, el ente social. La lectura es impue sta y dirigida y sólo sirve, por eso, como complemento de -la Educación, para perfeccionamiento del ciudadano. La actua l lectura colecti va no tiene un fin cultural, tiene un fin social: persigue afian– zar a cada individuo dentro de la sociedad, para que la marcha de ésta , en una dirección ignorada, que ciertamente no está señalada por la cultura, sea más per– fecta. Si se quiere una sociedad culta, alig érese las imposiciones "culturales" . Para hacer culto a un hombre hay que hacerlo previamente receptivo a la cul– tura. No importa que una educación colecti va inicialmente imponga nocio- .nes y rudimentos culturales ( aunque esto podría cambiar). Pero cuando, poste– riormente, el hombre quede frente al grue so de la cultura humana, demu éstresele, ant es que nada, que ella no es ajena a él, que le pertenece, que es la creación de hombres esencialmente iguales a él. Muéstresele su derecho natural sobre la cultura haciendo que la aproveche, pero no en sus capas accesorias sino en las medulares. Todo hombre alguna vez ha quedado perplejo ante el impacto del amor intersexual, se ha sobrecogido con una angustiada curiosidad ante la muer– te, ha interrogado dramáticamente por la existencia de una divinidad y un des– tino , ha querido comprender, dolido, la sustancia del mal y el pecado. Y la rea– l idad no le ha bastado. L1évesele a los libros y enséñesele las respuestas que ha ensayado la humanidad. Quien interroga no pide realmente respuestas; le basta encontrar comprensión de su pregunta. Los libros no tienen soluciones para Jos problemas tra scendentales de la existencia; los libros tienen el eco deseo– munal y perfeccionado - a veces en form a insospechada- de la propia voz personal. Es to da comprensión y cierta claridad . . . nadie pide más. Como el adolescente que puede mitigar su sed de amo r en ciertos libros, cualquier hombre encontrará el alimento más apremiante que reclame su espíritu en ellos. Cuando los haya probado en este nuevo contacto, comenzará a tomar posesión de su espíritu y él se desarrollará y le pedirá cada vez más y nuevos Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967
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