Fénix 17, 63-91
LA ORIENTACION DE LA LECTURA 85 tumultuoso devenir síquico. Como dice Alfonso Reyes «(;4), en cierta for– ma, "leer es uncirse al pensamiento ajeno"; difícilmente puede haber acti– vidad que requiera mayor calma y concentración, por la sutilidad del con– ductor. Corrientemente, un hombre tiene necesidades que lo distraen o hacen frío para las concepciones de los demás. Casi nadie está, espontáneamente, en disposición de entregarse a una obra. Es por ello que, inclusive, ordina– riamente, se piensa que el hombre que suele leer es un ejemplar sui géneris, que casi no tiene pasiones, no es muy ambicioso y que apenas tiene deseos y preferencias importantes en el mundo exterior. Al hablarse de unción y de cierto papel pasivo en la lectura, ya se habrá adivinado que el amor propio también sufre con ella. Piénsese ahora que el autor de un libro "es un hombre que se separa del grupo y que pretende hacerse admirar, o por lo menos hacerse escuchar, y divertir" (65). Quien abre un libro está buscando a al– guien para que lo divierta, lo asombre o le enseñe. En general, abrir un libro tiene bastante de abnegación y humildad, originadas por la victoria del aburri– miento o la necesidad espiritual sobre el amor propio. Como una derivación del amor propio, aparece también el espíritu de descontento ante la calidad del mensaje del libro, que se traduce en crítica o censura. Esta ataca indistintamen– te al fondo o a la forma de la obra. Borges (66) lamenta que "ya van quedando muy pocos lectores en el sentido ingenuo de la palabra; la mayoría busca tecni– querías que les indicarán si lo escrito tiene o no el derecho de agradarles". La crítica al fondo puede ocurrir porque la persona no sabe deponer momentánea– mente sus propias ideas para entrar en las de la obra. Casi siempre la crítica o censura ocurren determinadas por el llamado "gusto difícil", el que, individualmen– te y con gradaciones, no es muy raro de encontrar. En él, hay que establecerlo, pri– ma una tendencia de encontrar forzosamente malas las cosas que se presentan. ¿Por qué? Puede ser por el placer que causa no estar de acuerdo con nadie, lo cual da un sentimiento de superioridad. Puede ser también por el espíritu de contra– dicción, que no es sino un ejercicio de la voluntad de potencia que busca la lucha. Puede ser, por último, por un deseo de no ser engañado, de no entregarse a los artificios de otro, pues, de hacerlo, vendría la sensación de estar conquistado. Justamente las personas de espíritu delicado o fuerte, rara vez ríen o lloran osten– siblemente, pues darían muestras de estar prendadas o cautivadas. Admirar es confesar tácitamente que se está aturdido, deslumbrado, por el talento, la habi– lidad ° destreza de otro, y esto no agrada reconocerlo. Básicamente, las consideraciones de Faguet tienen vigencia hoy, pero la negatividad de los factores ha disminuido. Ya se ha visto, en el capítulo 7, que la facultad de leer recién la ha adquirido la humanidad, como especie, en este siglo. Antes del siglo XIX, incluso era muy rara la gente que leía por placer (67); es que había muy pocos alfabetizados y muy pocos libros para entretenimiento. Hoy, la masa recurre, sin ninguna aprensión, a un material de lectura degradado, para procurarse perentorio entretenimiento. La vida humana, -la vida urbana– forzada por las circunstancias, se ha hecho fácilmente compatible con la lectura, aun considerada ésta sólo como hecho fisiológico. Pero el amor propio y el es– píritu de descontento no han disminuido en la misma forma, pues igual que hace uno, dos o veinte siglos, se sublevan ante la recepción de mensajes escritos de cierta dificultad y calidad. Esto ocurre en cualquier individuo, no importa su nivel intelectual o educativo. Puede tener tanto amor propio y el gusto tan difícil un obrero semianalfabeto como un profesor universitario, considerados ambos 65 . Faguet, Op. cito 66. Borges, Discusión. 67. Monroe, Op. cit. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967
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