Fénix 17, 63-91

LA ORIEl\lTACIO'" DE LA LECTURA premisa fundamental ele esta disciplina, y ella es que el libro, en general, como la palabra, no trasmite nada: ilumina en el alma del lector los espacios más diversos de experiencias propias. La palabra es un medio de excitación, no de trasmisión, porque para ser esto, todas las personas deberían concebir las mis– mas ideas en relación con las mismas palabras, lo cual es imposible. De este principio se deduce que "el secreto del sentido de la influencia del libro no resido en el libro mismo, sino en las particularidades síquicas y sociales del lector" (77). Ahora sí, queda esclarecida la singularidad peculiar de cada relación lector-libro y se esfuma la posibilidad de reglamentarias o encauzarlas aba.. se de generalizaciones. El libro es, efectivamente, un "pequeño instrumento pone en actividad (el) entendimiento ... y ) espíritu" eH); pero no se que se sabe que la mayor parte de la sique es inconsciente e indes- por que no se le puede limitar y mortificar con reglas exactas y meticulosas. Bien dice Guitton ('9) que lo hermoso, 10 agradable en la lectura, no se entiende, es difícil, y un libro hermético es el que más da. Lo sugerente es 10 oscuro o lo C011CtSO. Además, la preocupación por comprenderlo todo malogra cualquier lectura. "El como la sensitiva, cierra las hojas al tacto imper- tinente" (SO); si no se incluso, el deseo de aprovechar, el libro enmudece y sus páginas aparecen como meros conjuntos de signos. La pretensión de practicar un arte de leer, es un gran inconveniente para la lectura autónoma, pues por ser una actitud diametralmente equivocada, se muestra inoperante o insípido y acaba por hastiar al lector y alejarlo irremedia– blemente de la estimación de los libros. Seguramente es en gran parte debido a esto que en. E. U. los graduados "usan sus como una sanción social los exime de pensar sus propios y de comprar sus propios decir, acaban con un tormento estéril que se les imponía), aunque quien lo afirma no lo comprende así ). i 2. La lectura activa r'I,',:){'('C0 individual de la lectura, como se ha difícilmente se lector con normas, pues éstas suelen resultar contraproducentes. A lo más, se le puede orientar con sugerencias amplias, siem– pre que éstas sean producto de una experiencia o comprobación personal. Pero, tampoco se le puede abandonar --a un fracaso casi seguro-- a que intente com– prender los buenos libros con el instrumento imperfecto que es su facultad de leer tal como se la ha modelado la Educación. Hay que enseñarle, lentamente, la posibilidad de que trasforme su inoperante actitud de receptividad pasiva en otra dinámica, activa. Se le hará ver que los caracteres impresos del libro co– responden a situaciones vitales ----tan reales, aunque quizás más intensas y nítidas que las que él sude vivir---- de las que el autor ha querido hacer partícipes a sus semejantes. Se le hará ver que en cada página hay una potencia comprimida que espera su acción recobrar vida. Esta potencia vital no emerge merced a un esfuerzo de su ni a un misterioso ritual -por más que algunos críticos y profesores quieran- sino que se desarrolla, simplemente, frente al sincero deseo de encontrarla. Andre Maurois (82), sentencia que en los libros 77 _ Id., id. 'IR. 79. RO. Rl. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967

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