Fénix 17, 63-91

88 FENIX no se encuentra más de lo que se lleva. Quien leyera el "Quijote" para hacer un análisis socioeconómico de su ambiente, -lo cual en esta época no sería raro-s- encontraría probablemente en la obra un pálido reflejo de las "estructuras" de la España de entonces y nada más. Hay también, gente "entendida" que sólo encuentra las figuras literarias en los poetas. Pero, quien busque vida en los li– bros, la encontrará. Lo que se llama lectura activa (83) es la modalidad para lograr este objetivo. Con ella, se tiende a reconstruir las situaciones vitales sub– yacentes en los libros, para asimilarlos cabalmente. Su práctica no va en forma alguna contra las premisas de la bibliopsicología, por cuanto es libre y absolu– tamente individual. La primera preocupación del lector activo es sentir, vivir el libro que ha leído antes de formarse ninguna opinión sobre él. Es muy frecuente hallar personas que equivocadamente se interesan sólo por el tema o argumento de una obra, como si éste pudiera desmembrarse de su original unidad. Claro que tampoco las obras representan solamente la vida por la vida, como se dice, sino que invaria– blemente implican ideas. Y es que las ideas son integrantes iníaltables de cualquier manifestación humana; pero no es lícito aislarla y juzgarlas separadamente, pues ellas. están estrechamente vinculadas y determinadas por otros complejos elemen– tos reales. Es necesario, entonces, comprender antes que juzgar una obra. Se debe recordar que sólo por la simpatía se puede comprender las actitudes de un semejante. Incluso, en el momento de la lectura, es 10 mejor detenerse cuando se siente que el alma ha sido "tocada", pues precisamente el propósito del autor es realizarse momentáneamente en un alma ajena. Hay que hacer un esfuerzo por contener las reacciones racionales, producto de un arraigado hábito. Se debe permanecer neutro por unos instantes, puro, pasivo, ante el mensaje del autor. Para que esta abstención resulte más fácil, es mejor advertir que el temor a perder las propias ideas es el que hace apresurar a objetar las extrañas. Una inercia, elemental pero no infranqueable, impide dejar de lado los puntos de vista perso– nales, y a ella se aúnan la vanidad y el deseo de seguridad, con tal cohesión que llegan a convertir a algunos seres en esclavos de ideas tempranamente adquiridas. Es necesario preguntar simplemente ¿si no se sale del recinto personal para entrar al ámbito de la obra, cómo se puede juzgar ésta? Sin embargo, el espíritu de búsqueda que debe primar es muy fácil de trocarse en espíritu de polémica, por ]0 que es necesaria cierta atención para cualquier sutil cambio. Existe incluso una clase de lectores que piensa por contraste con lo que lee (84), para los cuales evidentemente es más difícil penetrar en la obra. Hay que considerar que, en última instancia, el libro que se tiene ante los ojos representa una parte de la realidad, que se debe procurar no soslayar ni deformar intencionalmente con la subjetividad. Krishnamurti, (S,,) filósofo hindú contemporáneo, dice que el hombre vive dentro de una maraña de respuestas condicionadas típicas, las que hace fun– cionar ante cualquier estímulo que le llega del mundo exterior. Es como si tuviera la conciencia convertida en un depósito clasificado, donde a cualquier percepción que ingresa -aun nueva- se le fuerza a una ubicación preestablecida. Debe lucharse contra esta tendencia, e inclusive buscar obras que se sepa portadoras de ideas contrarias a las propias. La razón, para no atrofiarse, unilateralizarse o deshumanizarse, tiene que ejercitarse en el conocimiento de cosas diferentes y contrarias. Especial estimación han de merecer todas las cosas que sean capaces de hacer tambalear las concepciones personales. Las ideas son dinámicas: no de– ben, pues, quedar sedentarias en el cerebro. El otro extremo posible en el com- 83. Cáceres, Regareis neus sur la lccture (aquí se presenta el término). 84. Lasso de la Vega, 01'. cito 85. Krishnamurti, La paz fundamental. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967

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