Fénix 17, 63-91
68 FENIX del autor que ha siclo entendido y aprovechado por la colectividad, pero no pre– tenderá, por ejemplo, hallar un reflejo de la integridad prístina, del pensamiento del genio, pleno de sugerencias y vislumbres de exclusiva captación y deleite personal. El fantasma del tiempo estrecho ha tratado también de neutralizarse, estableciéndose normas para acelerar el proceso de la lectura. Un profesor de la Universidad de Columbia publicó en E. U. un libro: "Cómo leer de pri– sa". En él, aconseja normas para leer con rapidez distintas clases de libros. Con esta tendencia de lectura veloz, se limita la rica experimentación de vivencias personales durante el proceso, al volverlo un trajín mecánico, ciego perseguidor de eficiencia. Se crea una absurda competencia con el tiempo para obtener un máximo de información de dudosa comprensión. Si es deseable un mejoramiento en la velocidad de lectura, además del que viene con la práctica continuada -deseo cuya sensatez es muy discutible-, éste debe buscarse con extrema mo– deración, sin afectar el proceso esencial de la lectura. El problema de seleccionar las lecturas, lo suele delegar el público en E. U. a entidades "especializadas": los clubes de lectores. Estos clubes, por una suscripción, envían periódicamente a sus asociados obras, que son elegidas inva– riablemente entre las de la producción bibliográfica actual; vale decir, que re– miten los libros de moda, de manera parecida a como las disqueras esparcen por todo el país las melodías "del momento". Estos clubes con su función, reducen para millones de personas el mundo bibliográfico a un trivial recinto artificial y les atrofian su cualidad selectiva. La crítica literaria, que debería ser lapidadora de los malos libros y en general orientadora del público en el campo de la literatura contemporánea, es por el contrario un agravante para el desconcierto de la gente que quiere dis– criminar. Salinas (lO) señala como primer defecto de la crítica norteamericana, su falta de responsabilidad. Relata como caso ilustrativo el hecho de que una revista en sus reseñas de libros adjudicó durante 12 meses consecutivamente a 43 novelas el calificativo de "mejor del año". Por otro lado, la alta subjetividad y relatividad del valor de las apreciaciones se hace patente al encontrarse frecuentemente que las de distintos críticos son completamente contradic– torias. La explicación de todas estas deficiencias está en la improvisación de los críticos o en el ejercicio oficioso de su labor "profesional", sin la elemental sen– sibilidad. Así se tiene que la crítica literaria en Norteamérica es un caos de opiniones, con valor equívoco para el lector común deseoso de orientación. Una aberración consistente en aplicar el criterio cuantitativo (de valor técnico, comercial, etc.) al campo intelectual, se manifiesta en la confección de selecciones de obras de la literatura universal, que se difunden entre el público para servirle de pauta en su lectura. Es típico que las selecciones sean en la forma de listas de las "cien mejores obras". De hecho, son improcedentes por la arbitrariedad del número, pero además reflejan en el criterio selectivo del autor, la subordinación a intereses o prejuicios raciales, idiomáticos, nacionales, etc. Por ejemplo, en la lista que da Mortimer Adler al final de su obra "Cómo leer un libro", de 113 títulos, 43 pertenecen a autores sajones y en cambio no hay un solo autor oriental. Las obras de referencia, son el medio que junto con la crítica literaria podría servir para orientar al lector en la "selva" de los libros, pero desgracia– damente se prestan mucho más para engrosar el caudal de seudo ideas del público. Jean Guitton (11) señala que si uno se dejara engañar por la manera 10. Salinas, Op, cit. 11. Guitton, El trabajo intelectual. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.17, 1967
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