Fénix 2, 188-231

luz. En los confines del Reyno del Perú era normal adorar el Sol". Y aquí describe a los Incas, los templcs dorados del Sol, las vírgenes sagradas ( o mamaconas) como las Vestales en Roma; las huacas, los sacerdotes vestidos de blanco que ruegan a los dioses, pero con la mirada fija en el suelo; los sa- crificios de animales, pero también de "demasiados hombres y niños", de los cuales se sacaban los auspicios. "En lugares cercanos a aquel reyno hay otras divinidades portentosas. Algunos adoran a los tigres, a los leones y a animales feroces similares; otros a los gatos o a los pájaros. Algunos ( en la provincia que se llama Man t a ) adoran una gema, una magnific?. esmeralda", y queman yerbas, y sacrifican cautivos y hombres de su tribu, y tienen oráculos a los que prestan la máq pofunda veneración; creen en la irmortalidad del alma y construyen sepul- cros más suntuosos que las casas de los vivos, y cuando muere el marido las viudas se disputan el privilegio de ser sepultadas vivas con el difunto; y cuan- do fallece un jefe muchos se iiiatan en sus funerales, y bailan y hacen pro- cesiones en parejas, que Lipsio describe con un gusto del detaile grotesco que nos recuerda los pintores de kermesse de su tiempo: "mientras así bailan, tie- nen en una mano el ánfora con la bebida ( e n efecto, beben sin interrupción) et altera interim penerrr, ut infusa ernitfant". . . "Por último teneisios a los mexicanos, separados de los anteriores por aquel estrecho istmo. Es un vasto Reyno y en un tiempo fué un pueblo innu~ne- rable y con dioses en Ia misma medida": tenían un dios para cada afecto, pa- ra cada cosa y para cada fruto, dos mil divinidades eran honradas en los mag- i~íiicostemplos de ñhemistitán, y sacrificaban animales y hombres. A Cor- tés ("de gloria inmortal por haber descubierto y sojuzgado esta región") los indígenas enviaron cinco hombres para .sacrificar en el caso que él fuera un dios criiel; yerbas y plumas, si era un dios bueno; aves y frutas, si sjlo un hombre. Pero esta demostración evidente de buen sefitido y de prudencia no le i,mpide a Lipsio concluir con una invocación que remacha la acusación de barbarie: "'Oh Dios, que empezaste a reducir esas tinieblas, disípsilas del to- do, y n:uéstr~ite como el Dios verdadero y nuevo junto con el nuevo domi- iiio" 2" 6.-Justo Lipsio y la América Española. En su peroracibn y en Ia ligera alusión inicial acerca de la obra de "ilu- minacion" de los espaíioles, este largo paso nos da la clave de varias anif:i- AJonita et eicempla politica, cit., pp. 19-21. También MONTA I GNE (Essais, 1, 30, ed. Pléiacle, 209) relata, aunque algo diversamente, la anécdota de los presentes ofrecidos a Cortés. No me parece que Lipsio conecte a la repetida c:llificacicn de "b5rbarosH el sen- tido especifico de "nerecrdores por !o tanto (según Aristótclcs) de ser reducidos a la es- clavitud", que era c~urriente entre los juristas sus contemporrineos. Pero ciertamente algún reflejo de aquellas disputas (~ncl.lizadcispor ZAVALA, Silvio, Servidumbre nattzral y Iibcr- tad cristiana segiln los tratadislas españoles dc los siglos XVI y XV I I , Buenos Aires, 1944, Publ. del Inst. de Invest. Históricas, LXXXVII), se puede advertir en sus conceptos acer, ca de las relacicnes entre indígenas y españoles. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.2, enero-junio 1945

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