Fénix 2, 249-263

sus empleos, érales posible asegurar la continuidad de su labor,51cuando todo era inestable e improvisado. Sin embargo, en 1840 se produce una equivocada reforma que altera la relación básica de los estudios distribuídos en las tres aulas. El Museo La- tino, convertido en la primera aula, quedaba reservado para la traducción de los textos clásicos y el estudio de la Retórica, sin que los alumnos poseyeran los necesarios conocimientos del castellano; y éste sólo sería estudiado en la tercera aula -como venía a ser denominada la primera aula antigua-, por- que la reforma estaba inspirada por la estimación del latín como antecedente para el correcto aprendizaje de la lengua materna. Suponemos que, antes de adoptarla, se pidiera a José Pérez de Vargas la opinión que la reforma podía sugerirle, pues algunos alumnos de otras épo- cas ocupaban ventajosas situaciones en el gobierno. Pero la actitud del maes- tro sería clara y definitiva: porque la organización adoptada en 1825 había sido creación suya, y porque años más tarde sostenía que era necesario re- formar nuevamente los estudios de latín, para evitar su lánguida decadencia. Tal actitud explicaría su desplazamiento de la dirección general de aulas de latinidad y primeras letras --que en 1842 aparece ocupada por el presbítero José Navarrete-, así como su entusiasta adhesión al gobierno del general don Ramón Castilla, que superó el desequilibrio introducido en las instituciones por la anarquía militar. Justamente, es en el lapso así terminado cuando más cabal se muestra la personalidad del maestro José Pérez de Vargas, y cuando su actuación se destaca con más nítidos caracteres. Se le reconocía como el más notable latinista, y su activa influencia se proyectaba luminosamente sobre la for- mación de sus alumnos. De manera que un objetivo testimonio sobre el tra- bajo cumplido por el Museo Latino resulta, en aquellos días, un elogio: no sólo se enseña en él a hablar las lenguas latina ,italiana y francesa, sino también a leer la griega que, aunque muerta, es una llsve que encierra preciosísimos tesoros de bella literatura que deben leerse en sus mismos originales, si se quieren percibir todas sus gracias y bellezas. Los traductores de Homero y Euripides y Demóstenes han desfigurado mucho, y hecho perder de su mérito a los gefes l e obra que escribieron aquellos maestros del género humano. E s por demás recomendar las ventajas de este establecimiento. El público las palpa en un examen que allí se le presenta. En el último, consagrado a S. E. el presidente de la República, manifestaron seis jóvenes que 51 Prueba de esta continuidad se encuentra en el hecho de haber sido sólo cuatro los maestros que ctolaboraron con José Pérez de Vargas, desde el establecimiento del Museo La- tino hasta 1855. Fueron ellos: Juan José Araujo y Justo Andrés del Carpio, quienes regen- taban la primera y la segunda aulas, respectivamente, siendo reemplazados por causa de muerte; Eusebio Rodríguez, quien empieza a regentar la primera aula hacia 1835 y es pro- movido a la segunda en 1841; y Francisco Vásquez, nombrado como maestro de 13 primera aula en 1841. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.2, enero-junio 1945

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