Fénix 2, 353-363

qué no sab2 leer. E n ese mundo seguirá vendiéndose PI libro de espléndidos atavíos, que sólo podrán comprar los hombres de estudio para quienes e1 Estado brindará las facilidades necesarias, a fin de que lo consiiite, sintiéndose en casa propia, en esos recintos en que el espíritu va depositando sus cseilcias intemporales. Pero en ese mrindo una inincnsa lnayo- ría seguirá teniendo lo que Justo Sierra decía en memorable ocasión: "hambre y sed de jus- ticia". E n ese mundo nuevo en que el Nuevo Mundo será usufructuario, van a tener ca- tegoría suprema, entre los servidores del Estado: los organizadores de bibliotecas, acaso tanta coi110 los economistas y los psiquiatras. Tienen los Estados Unidos sri Biblioteca del Congreso en UTashir,gton, que los creyentes en la Santa sabiduría admiramos c,an :nayor reverencia que a la sinibólica estatua que alza sil antorcha en la bahía neoyorkini,; por- que la luz del libro es aniorclia más efectiva y son bienaventurados los que aman la luz, porque contra ésta las tinieblas no prevalecerán. Los Estados Unidos nos están prestando el valioso concurso de su luz bibliotecaria; y no está distante el día en que el Estado y los banqueros y los hombres que aman 12s tinieblas, se den cuenta de que cn muchos de los paises hizpano-americancos ias bibiiotecos deben tener a su disposición parte de! dinero que se gasta -y a veces se derrocha- en otros menesteres; y de qae los caminos son nece- sarios, como lo so11 la nutriología, la irrigación y la salubridzd; pero que también el cere- bro necesita caminos, aires diáfanos, nutrición balanceada. iCóm,o es posible que haya bi- bliotecas sin recursos decentes para comprar libros? "¿Qué puedo hacer y o con cien mil maravedres?", decía el conquistador Francisco Montejo al Rey, en uno de aquellos años en que el or.3 de América no permitía la inflación. Asilada en el que fué convento de San Agustíri, a !a sombra de las est,?tiias de yeso de algunos genios qce amaron a Santa Sa- biduría, los lectores de aquella Biblioteca Nacional padecen Iicr~icarnente los rigores del invierno, como focas que atisban la aurora boreal. E n una de I;is capillas -que n.o se sabe qui6n bautizó con el nombre de "E! Infiernillo"- durante muchos años han pcrrnane- cid0 en espera de los arqueólogos de la bibliogrzfie, centensrcs de libros viejos que fueron propiedad de los coriventos; y al!í, tras exploraciones pacientes, el sabio español Millares Carlo y su colaborador Rafael Sánchez Ventura han encontrado inciinables europeos y has- ta ejeniplares de la imprenta de México -mis de 1,000- qce el gigante José Toribio iMe- dina se le escaparon de las panos. Sufre la Biblioteca Nacioiial de México las vicisitudes que la cultura ha sufrido en esta Américr! que va buscando, al fin, al h.smbre apto, a1 pre- parado, para que desempeñe el servicio público, y que time que dar al liombre cle estudio, si queremos salvarnos, condiciones decorosas que le permitan ser respetado por los auda- ces y los advenedizos, y para defender de veras esa tradición cuitural -que viene del in- dio tanbo como del español- necesita inventariar sus valores morales e intelectuaies, sus ri- quezas físicas y sus tesoros a la intemperie, abandonados por la incuria y la iiidiiere~icia. Las bibliotecas particulares más ve!iosas que ha tenido México han ido a refugiarse a otros países, y su venta ha hecl-io posible que muchos de los documentos rarísimos de la imprenta se hallen en otras manos que las enseñan con orgu!lo y hasta con vanidad. En- tre las que tal suerte corrieror se puede mencionar las de José Fernando Ramírez -que fué subastada en Lolidres- y las de Joaquín García Icazbalceta, Genaro Ciarcía y Luis Bon- zdiez Obregón que se hallar1 en la Universidad de Sexas. E s largo el caivarlo de las bi- bliotecas mexicanas y podría escribirse la historia de los saqueos rriás escandalosos en un truculento relato en que sobresaldrian los nombres de traficantes como Agustíri Fisher y el anticuario Alfredo Rozenberg, el rnisii1.o que conipró a Pignatelli, indigno descendiente de I-iernán Cortés, muclios documentos inéditos que estaban en el archivo de éste. N o hace mucho que la biblioteca de Federico Gómez de Orozco, formada por tres gerieraciones de su faniilia, fué adquirida por un libres,:, de la ciudad d.e México, y para impedir que iVéxi- co la perdiese para sieinpre, la Secretaría de Educación logró adquirirla, rescatando para los hombres de estudio uno de los arsenales bibliográficos de más valía. Pudo taiubién la Se- cretaria de Hacienda adquirir la que fué de Genaro Estrada y el año pasado el Instituto Panamericano cle Geografía e Historia entró eri posesión, por donativo de su dueño, de la biblioteca de Fernando Iglesias Calderón. Y así queda demostrado la afirmación del hu- Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.2, enero-junio 1945

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