Fénix 20, 187-190

190 FENIX carta de Mallarmé, que cita M. Marius André, es característica. Bajo su for– ma cortés ella resume la objeción que encontraba Vergalo frente al número muy pequeño de sus lectores. Es verdad que Mallarmé, innovador en el fondo, era entonces, técnicamente, un Parnasiano exaltado, rehusando toda licencia, aún admitida. Otros reprochaban a Vergalo el exotismo de su lenguaje tanto como sus parciales libertades prosódicas. En lo que a mí toca, su gusto por la inversión, considerada como un recurso, contrastaba con mi horror ante la inversión. Pero entre las raras personas que conocían sus poemas, jóvenes o veteranos, ninguno desconocía que él tuvo ciertos dones de verdadero poeta. Hubiera podido entrar en pequeña estatura, en muy pequeña estatura, en la serie de poetas malditos. Ciertamente, cuando Catulle Mendes lo sitúa entre los precursores del sim– bolismo, resulta pura ironía. Bergerat, más malévolo con los simbolistas que cualquier otro porque él manejaba peor que los otros el verso pamasiano, nos había arrojado con desprecio a Tollemache-St-Clair, quien simplemente supri– mía las vocales de sus poemas por otra parte sin interés. Mendes hubiera po– dido agregar que Vergalo no era un escritor indiferente y hubiera podido no– tar que los defectos que lo deslucían, efusiones excesivas, relatos, etc., son de– fectos parnasianos, aquellos que nosotros, simbolistas, reprochamos a los Par– nasianos. Hugo ha hablado de: "L' heure triste OU chacun, de son cóte, s' en va." (La hora triste en la que cada uno por su lado, se va) Hay también la hora difícil en la que cada uno se va por su lado. Perdí de vista a Vergalo a fines de 1879. Lo había visto una media do– cena de veces. Escribieron que había muerto en Marsella, era inexacto. Pero el silencio más completo se hizo sobre él. Por una razón cualquiera, sin duda desalentadora, se extendió la sombra sobre él, como un sudario. Nunca en el momento de las luchas simbolistas él volvió a mi recuerdo. Ciertamente, ni Mendés ni Mallarmé, ni Dierx recibieron noticias suyas. Pero no había muer– to, pues hace dos años, yo creo, recibí una nota suya, muy breve, de un tono muy amigable, pidiendo volver a verme. Mi respuesta fue inmediata, pero no encontró eco. Si él vive, tendrá unos 76 años por lo menos. Quizás sea demasiado tar– de para que él intente encontrar un camarada de juventud. Y todo éso, uni– do a su miseria de otra época hace entrever una vida bastante sombría y de duro renunciamiento a lo que fue y a lo que ha sido siempre, acaso, su pa– sión: la poesía. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.20, 1970

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