Fénix 20, 23-30
24 FENIX ces la memoria del veterano no anda muy firme, y en más de una oportunidad sale a relucir la baladronada del soldado agreste, que se pavonea de hazañas que sólo él recuerda. Después de todo, ¿quién le iba a tomar cuentas de estos pecadillos de vanidad? Ausente de los antiguos repertorios al uso (León Pinelo, Nicolás Antonio, González de Barcia, ... ) y olvidado en los estudios y monografías de índole eurística (Vargas Ugarte, Porras Barrenechea, ... ), esta fuente informativa, cu– yo manuscrito ha permanecido sepultado en una biblioteca universitaria norte– americana, se incorpora a partir de este momento al conjunto de testimonios documentales del pasado peruano, y habrá de tomarse necesariamente en consi– deración a la hora de historiar la batalla de Iñaquito (comp. las noticias de la «Relación» de López con las de Cieza de León en su Guerra de Quito y las de Gutiérrez de Santa Clara), de reconstruir los momentos finales de Gonzalo Pi– zarro después de la rota de Jaquijahuana o de conocer a fondo los eventos que jalonaron la descabellada revuelta acaudillada por Hernández Girón. También el etnógrafo hallará muy curiosas informaciones cuando se proponga indagar sobre las costumbres de algunas tribus colombianas del valle del Magdalena o de ciertos grupos de las comarcas platenses, con las cuales López entró en con– tacto y que evoca con rasgos de vivaz colorido. Itinerario del autor La ruta de nuestro personaje por suelo americano pone de relieve una vez más la inquietud andariega del conquistador español. Arrastrado por el desasosiego que caracteriza a sus contemporáneos, no es fácil reconstruir el iti– nerario exacto de Pedro López por el vasto escenario de sus trajines. Quedan en su ríspida prosa atisbos de navegación por el Pacífico a lo largo de la costa ecuatoriana y peruana y constancia fehaciente de penosas caminatas por las serranías de la Nueva Granada, del Perú, de los Charcas y por la planicie que se tiende hasta las márgenes del Río de la Plata. A juzgar por las referencias que revelan conocimiento personal de los lugares, puede aseverarse que puso pie en tierra del Nuevo Mundo en el puerto de Nombre de Dios. Temeroso de las consecuencias de una permanencia dila– tada en aquel insalubre lugar, la misma tarde de su llegada fletó un navichuelo, en el que se trasladó prestamente a Cartagena, no sin sufrir persecución de unos piratas. Remontó luego el Magdalena. A despecho del transcurso de los años, recuerda tradiciones y consejas que corrían de boca en boca entre los habitantes de aquellas comarcas. En su navegación por dicha arteria fluvial tuvo oportu– nidad de conocer Mompós, Tamalameque, Vélez, Bogotá, Neiva y Timaná. Pa– só luego a Cali, Popayán, Pasto, Quito, Guayaquil, Cuenca, Loja, Huancabam– ba, Cajamarca, donde como cualquier vulgar turista visitó la prisión del Inca Atabalipa, que describe como una «casa redonda como cubo» (=torreón), fran– queó el Marañón (o el Utcubamba) por un procedimiento original, Bagua, Mo– yobamba, Chachapoyas, Huánuco, atravesó el HualIaga mediante una oroya, Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.20, 1970
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