Fénix 20, 3-22
CUL TURA ANTIGUA DEL PERU 13 historiadores o antropólogos no occidentales. Y en lo que respecta a los his– toriadores hispanizantes tradicionales, sus juicios son todavía más restringidos, pues se reducen casi exclusivamente a los valores de orden conceptual español. Por eso es que nuestras apreciaciones suelen responder más bien a lo que subje– tivamente se desea que hubiese sido la cultura prehispánica, de acuerdo, por así decirlo, al molde y gusto occidentales. Frecuentes han sido, y lo son aún, las alusiones a la "superioridad" de la cultura del grupo hispano por el hecho de haber conocido la escritura, la rueda, la pólvora o por haber profesado la fe católica y, del mismo modo, a la "inferioridad" o a la barbarie de la cultura abo– rigen por haberlos ignorado. Esta es una de las causas principales por la que al historiador moderno se le ofrece tan distorsionada la historia de los Incas a través de los cronistas. Leyendo las crónicas resulta difícil comprender el ver– dadero significado de algunas de las instituciones aborígenes, no solamente por– que los cronistas no las comprendieron cabalmente, en función de su propio uni– verso y razón de ser, sino por que además sus versiones están "traducidas" al mundo español de entonces. Los españoles llamaron "carneros de la tierra" a las llamas, "leones" a los pumas y "reyes" a los incas. Sólo para mencionar otros casos, veamos también como es que los cronistas e historiadores posterio– res califican a las construcciones monumentales de los antiguos peruanos, con– forme al patrón europeo medieval, en "castillos", "palacios", "templos" o "for– talezas"; no podían concebir que tuvieran también otras funciones que las espe– cíficas de las edificaciones occidenta1es. Lo mismo sucede con las palabras "nobleza", "familia", "pueblo", "matrimonio", etc., que resultan totalmente distorsionadas si tomamos ad litteram el significado español de estas institucio– nes. Hay que considerar aparte la mayor o menor claridad o prolijidad de los relatos y la intención subjetiva con la que fueron escritos. Lo que más llama la atención al estudiar la historia del Perú prehispánico es la enorme preocupación del hombre peruano por la economía. Pero la apa– riencia que implica la utilización en común de los factores de producción, la tenencia de la tierra y la organización del trabajo, ha inducido a algunos his– toriadores a identificar al Imperio de los Incas con el Socialismo de Estado o con el Comunismo. Salvando los méritos y las explicaciones del extraordinario trabajo de Baudin, no se ha hecho otra cosa que incurrir en generalizaciones aven– turadas, por decir lo menos. La cultura de los Incas es la fase final de una cul– tura autóctona, sui generis, con sus concepciones y modalidades propias, origina– les, por eso es que resulta incongruente clasificarla o identilificarla con regímenes de otra vigencia. Por otro lado, existen rasgos invariables, comunes a todas las sociedades de la Cultura Andina que se organizaron en estados y que de ninguna manera podrían ser aceptados como de filiación socialista o comunista: El man– do político dinástico (desde la época Mochica) se basaba en la explotación de la gran masa de la población -el trabajador, esclavo o miembro de su comu– nidad con plenitud de derechos, distaba mucho de ser un hombre realmente li– bre- y el sostenimiento de los sacerdotes y clases gobernantes se llevaba a ca– bo mediante la desviación de una parte de la producción y con la concurren- Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.20, 1970
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