Fénix 20, 3-22

14 FENIX cia de ciertas formas de trabajo no remunerado. Ambas características no sólo entrañan una profunda división de clases, sino también el hecho de que el exce– dente producido por el trabajo de los vecinos no era destinado precisamente al bien común sino que servía para sostener a quienes ejercían las funciones po– líticas y sacerdotales, hecho que de ningún modo puede perderse de vista. La clave, si se quiere, para comprender las diferencias entre los mundos aborígenes y occidental está en la naturaleza y significado de la posesión y adqui– sición de bienes en cada cultura. Existen difirencias estructurales y conceptua– les muy profundas entre una sociedad que posee un sistema económico moneta– rio y otra que no lo conoce, entre las aspiraciones e inquietudes de los indivi– duos pertenecientes a un grupo en el cual se puede acumular riquezas y de otro en el que no existe el concepto de riqueza. En general es muy diferente la orien– tación misma de las diversas actividades de la vida de los hombres. La sociedad occidental, industrializada y agresiva, tiene establecido un orden económico en el cual las relaciones están reguladas por el poder adquisitivo de dinero. Prácticamente, desde que los lidios inventaron las mo– nedas y después que los fenicios y griegos homéricos concretaron un sistema de pagos basado en el peso de los metales preciosos, la historia de la Civiliza– ción Occidental es la historia del dinero. La adopción de la moneda permitió el desarrollo del intercambio comercial y aportó un nuevo tipo de orden a las actividades humanas; surgió el capitalismo y se convirtió la moneda en protago– nista de la evolución social y en el símbolo de la Civilización. Tanto para noso– tros, hombres del siglo XX, como para los españoles del siglo XVI, el sentido de la casi totalidad de nuestros actos está orientado en funciones de la con– secución y posesión de dinero; aspiraciones, ambiciones, frustraciones, triunfos y fracasos están referidos al signo del oro. Nuestra cultura, con todo el contexto de patrones y escalas de valores, está organizada en función de este tipo de regulación económica; pobreza y riqueza no son más que los extremos antagó– nicos y definitivos de una sociedad que se debate y se angustia por la posesión del dinero. En cambio, las diversas sociedades de América pre-colombina, en– tre ellas los pueblos que conformaron la Antigua Cultura Peruana, no cono– cieron el dinero; mejor dicho, sus sistemas económicos, especialmente tal y co– mo se manifiestan en los mecanismos de circulación, posesión y propiedad de los bienes, estuvieron regulados por otros preceptos, dentro de otro orden de cosas creado y plasmado en el curso de su desarrollo histórico, de acuerdo con las tradiciones de la propiedad en cada grupo vigente. En consecuencia, el sen– tido de la existencia misma en los grupos aborígenes es completamente distin– to, al proyectarse sus sistemas sobre un fondo cultural diferente. No cabe aquí hacer la comparación ni el análisis de ambos contextos; nos hemos limitado sólo a destacar este hecho muy superficialmente -sacrificando inclusive diferenciaciones conceptuales un tanto más sutiles acerca de los bie– nes, propiedad, posesión, moneda, dinero, etc.- porque lo consideramos un pun– to de partida necesario para establecer las diferencias fundamentales que nos ayuden a comprender el fenómeno de aculturación, cuando en el siglo XVI se Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.20, 1970

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