Fénix 20, 3-22
16 FENIX de pruebas definitivas; pero, al menos, se puede señalar para el Perú un breve horizonte de transición entre los años 2,000 A. C. en que todavía no aparecen manifestaciones del uso de la cerámica y 1,850 A. C. en que se inicia la cerá– mica sencilla de Guañape y poco después las de Haldas, Chira Villa y Kotosh. En sus fases iniciales la cerámica tiene un fin exclusivamente utilitario, pero conforme va evolucionando cobra cada vez mejor factura hasta convertirse en un elemento de pura expresión plástica; rebasando, luego, el simple signi– ficado de los adornos, todo lo expresado adquiere un lenguaje superior, un sen– tido simbólico con fines anímicos más que físicos o materiales. Las asas y los picos que habían sido concebidos por razones de función y comodidad se mo– difican en la búsqueda estética y vuelven a perder sus objetivos originales: desaparecen algunas formas para dar lugar a otras nuevas, se transfiguran los motivos, se afina el gusto y se perfecciona la técnica, cambian los estilos, pero todo ello dentro de una continuidad evidente. Sabemos por ejemplo, como ha evolucionado la típica asa de estribo desde antecedentes tan remotos como Macha– lilla; sabemos, asimismo, como los huacos silvadores de Chimú ya tienen sus predecesores en las botellas silvato de Chorrera, Ecuador, dos mil quinientos años antes; en fin, es fácil advertir como se van transformando las imágenes y las formas y pasan de una a otro sociedad, de una a otra región. De este modo los estilos tan característicos señalados como "culturas" no son sino momentos de un gran proceso unitario de desarrollo alfarero, especie de segmento de una actividad artesanal cuya tradición tiene por límites la expansión del área ca-tra– dicional andina. En ninguna cultura del Mundo la cerámica adquiere semejante contexto. Tenía funciones que van mucho más allá de las utilitarias o de adorno; era instrumento de expresión artística, se usaban objetos de cerámica como obse– quio en señal de pacto amistoso y, sobre todo, era materia de ofrenda común en los ritos y exvotos que los creyentes dedicaban a las divinidades y a los muertos; colgábase en los muros, quebrábase en las cementeras y colocá– base en las tumbas. Este significado es uno de los elementos que más tipifi– can a la cultura peruana y que muestra más objetivamente su unidad. La cerámica era, además, materia de intercambio y comercio a veces entre re– giones muy distantes, lo que hoy proporciona apreciables indicios para deter– minar la contemporaneidad de los estilos. La costumbre de enterrar a los muertos con muchos huacos fue una práctica común y parece que los fabrica– dos especialmente con este fin eran elaborados con mayor sentido estético. En América, el antiguo Perú detenta el primer lugar en la cerámica no sólo por la cantidad y variedad sino por la belleza y calidad de su vasijas. La cerámica peruana difiere de la del Viejo Mundo en dos aspectos principales: a) en el Perú, como en toda América, no se conoció el torno del alfarero, la cerámica era modelada a mano o vaciada en moldes y b) tampoco se llegó a producir loza ni porcelana; se desconocían el vidrio, las pastas vitrificadas v los barnices vítreos. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.20, 1970
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx