Fénix 20, 3-22

CULTURA ANTIGUA DEL PERU 7 fundas diferencias sociales. Para buscar tierras y esclavos que trabajasen para ellos se lanzaron sobre los valles vecinos. En las pinturas de su cerámica se reproducen innumerables escenas de guerras y peleas; son frecuentes los di– bujos de prisioneros conducidos tras la humillante curva de una soga, las ma– nos atadas, sangrantes y desnudos, ante los curacas y sacerdotes de quienes de– pendía su destino. Algunos eran sacrificados a los dioses, otros condenados al servicio de los grandes señores y la mayoría a extraer el guano de las islas para fertilizar las tierras de cultivo. La actividad de los mochicas fue intensa; construyeron extensos canales de riego, se esmeraron en la agricultura para lo– grar cada vez un mayor rendimiento. Con las luchas frecuentes, en su política de dominio, se creó una clase militar especializada. Hasta entonces el ejér– cito había estado constituído por todos los hombres de la tribu en condicio– nes de luchar, pero luego fue necesario formar un cuerpo de soldados dedica– dos exclusivamente a ganar y a conservar las conquistas. De este modo su– peraron a todas las agrupaciones contiguas y se ubicaron en el más rico y no– table sector de la costa peruana. Sus aptitudes, favorecidas por el medio, al– canzaron grande y ostensivo refinamiento. En la costa sur, los nasquenses habían hecho florecer su cultura en una línea más o menos parecida. Sobre los elementos conseguidos en el horinzonte anterior estructuraron un sistema de vida mejor organizado, según lo evidencian los centros de población descubiertos. Una rica tradición polícroma en su ce– rámica -la más bella de América precolombiana- se conjuga con un arte textil igualmente notable; un régimen planificado de edificaciones y un organismo militar que no tenían nada de anodino, son las características más señaladas. No sabemos cuáles hayan sido las razones que estimularon a los hombres de Nasca para que se dedicasen a la costumbre de cazar cabezas humanas, pero lo cierto es que con frecuencia lo hacían y era parte importante de su vida. Hay muchos indicios que afirman la costumbre de conservar cabezas-trofeo. En éstos como en otros grupos del territorio, el crecimiento de la pobla– ción no guarda relación, en un principio, con el aumento de la producción, lo cual condujo a las conquistas para adquirir tierras, brazos o tributos. Se explica de esta manera la aparición del militarismo. Es evidente también que se desarrollaron sistemas sociales en los que una reducida clase aristocrática, que detentaba al mismo tiempo los poderes militar y religioso, dirigía y ordenaba la vida y el trabajo de las masas. Se ha denominado a este período Era Floreciente, o de las tradiciones clásicas, teniendo en cuenta, sobre todo, la belleza y perfección de la cerá– mica. Es indudable que los artesanos especializados dedicaron todo su tiem– po a la producción de artículos de fina calidad y hermosura. También se edifi– caron centros religiosos más grandes y mejor construídos y se desarrollaron los calendarios y otros logros intelectuales. Aproximadamente, después de mil años de relativa insularidad, por el siglo IX de nuestra Era, los diversos pueblos del territorio andino entran en una época de interrelación. Se advierte en la cerámica del área andina que las Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.20, 1970

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