Fénix 20, 74-80

78 FENIX de Ortega, obispo de esta ciudad, quien ha defendido esta causa erudita, enér– gica, y profundamente (censura l. too Controver. de Briceño). Esto he dicho sólo en recomendación de la Patria, pero no es que haya pretendido reseñar ni la sombra de los ingenios que en ella florecen, pues ¿quién soy yo como para atreverme a exhibir una muestra siquiera de tantos y tan grandes hombres que sobresalen en el Perú en letras, en ingenio, en doc– trina, en amenidad de costumbres, y en santidad? Pero volvamos al caso. Nuestras elucubraciones sobre la filosofía de Aris– tóteles, que antes había dictado a la juventud de nuestro colegio antoniano, han parecido, al menos a mis amigos, dignas de no perecer. He accedido a su juicio, pues, como bien dice Plinio el joven: No juzgan sólo los que leen con rencor ll. No obstante, si menos gustaran a otros, seguro que eso no me atormentaría. En verdad me consta que tal es la debilidad del ingenio humano, que 10 que a uno le complace, en seguida desagrada al otro, pues a ningún mortal se le otorga desde las alturas que todos acojan con benévolo aplauso o crítica impar– cial todo 10 que habrá dicho o escrito. Yo profeso la escuela tomista. Y ¿podría profesar otra, habiéndome criado desde mi niñez y educado hasta la prefectura de la cátedra primaria en el insigne seminario mayor de San Antonio del clero? Cierto es que, por gran don de Dios, nos hemos embebido con avidez de sólo la pura, auténtica, y genui– na doctrina del Maestro Angélico, y Se la brindamos a los demás sin envidia. Dí– gase como testimonio que cuando, durante el rectorado del licenciado Juan Ro– dríguez de Ribera, de piadosa y venerable memoria, el ilustre joven, Don Juan de Isturizaga, colega del mismo seminario y después obispo de Mizque, entró en la vida monástica de la orden de predicadores, para no interrumpir los estudios de adolescente tan prometedor (porque todavía no había terminado el curso de artes liberales que había emprendido hacía dos años), los padres dominicos de– cidieron que valía más encomendarlo al rector del mismo colegio, con el hábito de la orden y la tonsura religiosa, para que a la sombra del rigor y de la eru– dición del rector y de la santidad de su vida llevase a cabo los estudios que había perseguido hasta entonces. Es efectivamente un ejemplo maravilloso de con– fianza, no visto hasta ahora sino en san Felipe Neri, el que a un cura secular sea confiada la formación de la juventud del tirocinio monástico para la pro– fesión de la regla de los predicadores. Evidentemente, los padres graves, no me– nos en nuestro seminario como en el claustro del convento, creían que había de infundir fielmente en el candidato la doctrina del Maestro Común. La espe– ranza no resultó vana, pues al pasar los días, los sertenses por fin contempla- 9 Leemos en el 'Prólogo a los aficionados del autor y de sus escritos' de La Novena Maravilla: 'No le punce jamás la ambición de imprimir, aunque si por acá huviera tantas tvpograñas, como en la Europa, siempre solicitáramos que todos gozassen más amplia– mente los tesoros de su ingenio'. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.20, 1970

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