Fénix 20, 81-85
82 FENIX Pero se publicó en un instante crucial, en el momento en que se definían los destinos del Perú republicano y en sus páginas no sólo se trasunta la anhe– lante controversia que se suscitó sobre la forma de gobierno y los destinos de la Patria, sino que también se consignan una serie de noticias, incidentes y si– tuaciones que se producen en el breve lapso de su existencia y que significan hechos de singular interés para comprender más cabalmente el transfondo cul– tural y social en el que actúan los personajes que fundaron la República y que, al mismo tiempo, reflejan las distintas facetas del contexto mental de la época, el estado de ánimo y el sentimiento que embargaba esos momentos de definición e inicio. Los meses que siguieron a la declaración de la independencia estuvie– ron saturados de incertidumbre y de zozobra. La libertad había sido jurada y proclamada, pero no estaba asegurada; con el Ejército del Rey en la Sierra y un gobierno cuya forma ni siquiera estaba definida, la ansiedad y preocupación de los patriotas peruanos obligaron a San Martín a tomar medidas trascendenta– les. La acogida poco favorable que tuvieron sus ideales monárquicos, la depo– sición de Monteagudo y la entrevista con Bolívar en Guayaquil, hicieron apre– surar al Libertador el establecimiento del Congreso Constituyente, cuya insta– lación, entre cañonazos y repiques de campanas, se realizó el 20 de setiembre de 1822, a las diez de la mañana. Quienes integraron el Primer Congreso eran, sin lugar a dudas, por su patriotismo, por su talento y por sus luces, los más notables ciudadanos; se contaba entre ellos con antiguos patriotas que habían abrazado la causa nacional desde el año diez. Todos los sectores de la colectividad estaban dignamente representados, el foro, la cátedra, el clero, la milicia, la ma– gistratura y el pueblo tenían en ellos sus auténticos y conspícuos representantes. Rodríguez de Mendoza, Luna Pizarro, y Pedemonte eran los abanderados de las ideas liberales y republicanas; Araníbar, Pérez de Tudela, Ortiz de Zevallos y Luna Villanueva se contaban entre los más ilustres e intachables magistrados; Sánchez Carrión, Unanue, Paredes, Carrasco y Tafur constituían una honrosa prueba de como el talento yel saber científico habían fructificado en el Perú, a pesar de las restricciones que la Metrópoli impuso siempre a la enseñanza en América; allí estaban también el fogoso Francisco Javier Mariátegui "impugna– dor violento de mitras y bonetes" y el talentoso y astuto Luna Pizarro, en quien recayó la Presidencia. Eran, en fin, éstos los más distinguidos de aquel selec– to grupo de peruanos que tuvo en sus manos, mejor dicho, en sus concien– cias la histórica responsabilidad de encauzar los destinos de la patria por la forma de gobierno más acertada y que mejor garantizase -acorde con los ideales roussonianos de la felicidad colectiva- la existencia y desarrollo de la naciente república. La prensa cumplió ese año su primera y más gloriosa campaña en de– fensa del principio constitucional y de la democracia. Cuando El Sol del Perú publicó las actas de la Sociedad Patriótica, en el seno de la cual Monteagudo propuso como tema de discusión la forma de gobierno del Perú y el doctor José Ignacio Moreno había fundamentado la defensa de la monarquía, don Mariano Jo- Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.20, 1970
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