Fénix 21, 17-24

18 FENIX jornadas allegué un caudal considerable dc apuntcs extraídos de pIezas clesapu– reciclas irremisiblemente y porque sabe Dios qué arcanas incitaciones me seduje– ron para anclar mis preferencias de la invcstigación histórica en el cscudri íiu– miento del período virreinal. A la hora de tales evocaciones, ¿, cómo olvidar los coloquios, breves pcro en– jundiosos, a la entrada o a la salida, con el Director, el "sordo" Romero. En esas estentóreas pláticas pude gozar de la sapiencia, de la socarronería y de la ma– Iicia de aquel venerable ejemplar de erudito decimonónico, en quien se hall,i– bm~ redivivos virtudes y defectos de los atrabiliarios polemistas de antaño. En esta disyuntiva entre la pedantería de una exposIclOn administrativa o el sentimentalismo de una añoranza colorista, un tercer camino, franqueado por m: vocación, representaba algo más original que lo primero y más sustancioso que lo segundo, a saber, reunir y glosar notas acopiadas en torno de un tópico vinculado con el acontecimiento que se conmemora, esto es, algo sobre Hln'0;3, libreros y bibliotecas en Lima durante la dominación española. El tema es apasionante y en otros países de Hispanoamérica ha suscitado el interés de los investigadores, que utilizando viejos inventarios y listas de libros, han descubierto perspectivas insospechadas en lo que concierne a la difusión de la cultura en todos los niveles y la índole de las influencias del Viejo Mundo cn las ideas políticas, los conccptos estéticos, las lecturas preferidas, los conocimien– tos científicos y el pensamiento filosófico. En la presente ocasión me limitaré a sucmtas referencias, lacónico desarrollo de apuntes para un trabajo de amplios vuelos, que aguarda todavía a quien en nuestro rico acervo documental se pro· ponga como cuestión por analizar materia que aquí sólo puede esbozarse por mo– do esquemático. La creación en 1821 en Lima de un bogar para el libro y para el estudioso no se hubiera visto facilitada, como lo estuvo, sin los antecedentes de copiosas y riquísimas colecciones bibliográficas semipúhlicas o particulares bajo el régimen anterior. Los declamatorios considerandos del decreto de 28 de Agosto de 182J comienzan, por eso, con un sofisma que los mismos que lo estampaban se en– cargaban de destruir: "Convencido sin duda el gobierno español de que la ig– norancia es la columna más firme del despotismo, puso las más fuertes trabas a Ia ilustración del americano, conteniendo su pensamiento encadenado para im– pedir que adquiriese el conocimiento de su dignidad". i Pura retórica! El estu– dio reciente de una autoridad como Millares CarIo es la más concluyente y defi– nitiva refutación de tan dogmático aserto (1). Espíritu tan ecuánime como el de Andrés Bello ponía por aquellos mismos años la verdad en su lugar, y bien podían desmentir tan temerarios asertos del redactor del decreto que nos ] "Bibliotecas y difusión del libro en Hispanoamérica colonial - Intento Lihliogr.i– Iico", en Fundación J~hn Boulton. Boletín Histórico (Caracas. ] 970), número 22, págs. 25·72. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.21, 1971

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