Fénix 21, 17-24

19 ocupa --¿)\10nteagudo?- dos personajes conspicuos de la política de entonces: Sánchez Carrión e) y Luna Pizarro e)· Para nadie es hoy un secreto que desde los primeros tiempos de la época de la dominación española hubo libros en abundancia, aun en medio de los aza– rosos eventos de las guerras civiles. El 19 de Febrero de 1542 se remataban en la Plaza Mayor de Lima los libros que habían pertenecido al infortunado Obispo Valverde, víctima del canibalismo de los indios de la isla de La PUl1á. En esa oportunidad el futuro cronista Juan Diez de Betanzos se hizo con un ejemplar de las obras dramáticas de Tcrencio. Por aquel entonces, otro ilustre analista, el Contador Agustín de Zárate, ejercía, con lucrativos resultados, el primer negocio de librería que hubo en Lima, y el volumen de ventas y transacciones alcanzó tan lisonjeros niveles, que hacía posible la dedicación a las labores de encuader– nación, en las quc sobresalió el famoso Enrique Garcés, antes de granjear nomo hrudía y fortuna con el descubrimiento del mercurio en Huancavelica. Con el correr dc los años, las tiendas de libreros resultaron insuficientes, y por un con– trato ajustado en Lima, el 11 de Marzo de 1609, Juan de la Puerta, "oficial de libros", ofrece sus servicios al librero Juan de Sarria (último eslabón en el Perú de una cadena comercial quc tenía su sede matriz en un importante núcleo tipográfico de la Península: Medina del Campo) para trabajar durante un año "en una mesa en la placa" expendiendo impresos, por un estipendio de 180 pe· sos. más casa, comida y ropa limpia. Cómo andaban de boyantes los comercian– tes del ramo en el Perú Jo acredita el hecho de que uno de ellos, Tomás Gutié· rrez, fuese el mecenas y favorecedor, desde estas remotas comarcas, del insigne escritor del Siglo de Oro, Juan Pérez de Montalhán. El erudito norteamericano, Irving A. Leonard, verdadero adelantado en esta materia, en sucesivas monografías ha ido glosando un nutrido conjunto de inventarios comerciales y listas de libros en poder de particulares, reunidas aqueo Has en el volumen titulado Los libros del conquistador (México, Fondo de Cultu– tura Económica, 1953). En años más recientes, el elenco de estudios acerca de este tópico ha ido incrementándose en forma abrumadora, y de ello da fe cum– plida el repertorio de Millares Carla, a que ya se ha hecho mención. Por su parte, las bibliotecas monásticas iban a ser, con el correr de los tiem– pos, las principales fuentes nutricias de las colecciones sobre las cuales basaron su caudal original las bibliotecas públicas de todos los países americanos durante el siglo pasado (como en España, en 1836, de resultas de la dosamortización ]. Esta transferencia de los fondos no sólo se realizó en la capital, sino en muchos otros puntos del país (4). 2 Porras Barrcncchcu. "La bibliotcea ele un rcvolucionar lo : Sánchez Can-ión, prócer ci– vil de la Independencia elel Perú", en Mercurio Peruano (Lima, 19t3), XXV, número 193, págs. 119·130, 3 Sohwah. "El inventario ele la biblioteca de Francisco Javier ele Luna Pizarra", en Fénix (Lima, 1950), número 7, págs, 146-161. 4. V. el artículo de Schwab, sobrc la biblioteca de la Univcrsidad del Cuzco. en el Boletín Bibliográfico de la Biblioteca Centroi de la Universidad Mayor de San Marcos' (Lima, 19.t3). XIII, págs. 268·277. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.21, 1971

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