Fénix 21, 17-24

20 VE:'\IX Lo ingente de una tarea que requiere dosis inagotables de paciencia y de conocimientos en todos los ramos del saber, ha retraído a los investigadores de practicar una ponderación exacta del influjo de los libros y de su difusión. Por un Jado, la transcripción de los inventarios y la identificación de autores y títu– los, así como la operación dc acuantiar el volumen aproximado de impresos que cxisuan cn las bibliotecas durante la época virrcinal. representa un esfuerzo que sólo en equipo puede abordarse. Por otro lado, no menos árdua se ofrece la pesquisa de las influencias de autores, corrientes ideológicas y de avances cientí– ficos en la producción intelectual del período de la dominación española, eva– luando aspectos tan alejados entre sí como el impacto de las doctrinas de Santo Tomás en el planeamiento urbano. de movimientos esotéricos en las desviaciones heterodoxas o el eco de las innovaciones de Newton () Leibniz en la cosmovisión. Por lo general, y de resultas de una rutinaria cree ncia que se viene arrastran– do desde el siglo pasado, ha prevalecido una opinión ncgativa sobre la magnitud de la circulación de obras literarias y científicas durante la dominación españo– la. Todos traen a colación que estaba prohibida la exportación de novelas de ca– ballerías al Nuevo Mundo (pero muy pocos conocen el verdadero motivo, a saber: que los indios no confundieran los desatinos de esas obras de ficción con las ver– dades de la Biblia); se esgrime la restricción impuesta a la lectura de los Co– mentarios Reales o del Elogio de Jáuregui pronunciado por Baquíjano y Can-illo (en cuyos auténticos móviles jamás figuraron los que después han querido ver– se implícitos en esa pieza declamatoria). mas son contados los que sin ánimo desprevenido se percatan de la realidad abrumadora que significa uu activísimo comercio, la riqueza de las bibliotecas de entonces cuyos inventarios se conservan, y la densidad de la cultura de los autores de aquellos siglos. ¡No todo fué vacua exhibición de indigestas Iocturas ni barroco despliegue de citas! Inclusive al temido Tribunal del Santo Oficio, sobre el que tanta tinta Re ha derramado, se le burlaba: el Virrey Croix, en despacho de 28 de Febrero de 1787 (5), informa que como la Inquisición carecía de local competente para acoger las cuantiosas remesas de libros hasta el expurgo prevenido por la legislación, se permitía a los interesados retirar las expediciones a sus almacenes, donde los guardaban para la inspección. Denuncia el gobernante que en el Ínterin los avis– pados comerciantes sustraían las obras prohibidas y colocaban en su lugar las quP figuraban en las facturas. con títulos inocentes y sobre las cuales no pesaba veto alguno. Lo real y verdadero es que de aquellu Iegislacién proscriptora se hizo tabla rasa al impulso de la avidez por la lectura de todo género de libros, incluidos precisamente aquellos sobre los cuales se extremaba el rigor censorio. Baste un botón de muestra: los nombres que se imponen a los neófitos en el acto del ha– teo, a estar a los libros dc las viejas parroquias limeñas, revelan cuán profun- 5 Archivo General de Indias. Lima, 674. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.21, 1971

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