Fénix 21, 75-81
80 FE~IX en Lima de este último ha sido reeditada en Santiago, pcro la obra de Rome– ro aún permanece inédita. Fuera de esta obra, Romero me habló muchas veces de su Arqueología del valle de Lima. Este estudio lo había comenzado en su juventud, pues tuvo la suerte de acompañar a Max Uhle en sus excursiones por el valle y la oca– sión de estudiar in sita las ruinas de los restos arqueológicos que se hallan diseminados en los contornos de la ciudad. Había completado este trabajo con los datos que halló en el Archivo Nacional, sobre los antiguos cacicazgos y otros de igual género, de manera que su obra veniu a ser en lo posible la más completa que podía darse. De todo esto no han quedado trazas o, a lo menos, no hemos oído hablar de ello. Esta ha sido la suerte que han corrido muchos trabajos de nuestros investigadores, que carecían de recursos para (lar al¡¡inl– prenta el fruto de sus vigilias y tuvieron que resignarsc a entregarlos a otros o al azar, que tan pronto es favorable como adverso. Don Carlos tenía muy buena memoria y ella le había servido para rete– ner infinidad de datos, que luego utilizó en sus escritos, pero también le sir– VIO para guardar en su mente muchas anécdotas o episodios de su vida de bibliotecario, entre las cuales ocupan el primer lugar sus relaciones con los Jefes del- establecimiento, empezando por D. Ricardo Palma. Este empezó a sentir celos de su subordinado, al ver que con facilidad manejaba la pluma y que sus escritos eran tenidos en aprecio. Gajes del oficio. que no hicieron retroceder al joven Romero, sino antes al contrario fueron un aliciente para que prosiguiese en su labor, pero con más fundamento que el viejo tradicionista. el cual muchas veces daba por cierto lo que era tan sólo fruto de su fecunda imaginación. He– cuerdo, por ejemplo. que Palma había dicho en una de sus tradiciones. en la cual se ocupaba de Doña Ana de Borja, la esposa del Conde de Lemas, que cn Lima dieron en apellidarla "la Patona". Alguna vez el tradicionista. queriendo aquilatar los puntos que calzaba D. Carlos. le preguntó si había tropezado con el dato. Romero le contestó resueltamente que no había hallado el menor indicio del tal remoquete y esto, como se deja entender. no le agradó a Palma. Alguno de los Directores, como el Dr. Deustua. a quien para que gozase de la prebenda lo habían nombrado Director. pero que en punto a hibliotccono– mía y bibliografía estaba poco menos que a copas, dejó en completa libertad a Romero, sabiendo que era el más entendido en achaques de libros y con su pa– recer adoptaba las medidas que pedía el buen orden de la institución. Gonzá– lez Prada, hombre de más cultura y que pronto se dió cuenta de 10 que exigía su cargo, fue también muy deferente con Romero. En su tiempo ocurrió el he– cho que voy a narrar y que me refirió el mismo D. Carlos. Un caballero pidió el Año Cristiano, libro bastante conocido y que en otros tiempos no faltaba en los hogares cristianos. Por más que se buscó no se encontró el libro o los libros. porque el Año Cristiano tiene tantos volúmenes como meses tiene el año. El ca- Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.21, 1971
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