Fénix 22, 162-167
HISTORIA FATAL, ASAÑAS DE LA YGNORANCIA 163 las oraciones y los mandamientos en su lengua a fuerza de repetirlos en la Iglesia, en los días en que todos eran convocados a ella. Los curas en las confesiones anuales, exigían a los penitentes el conocimiento de estos rudimentos de la Doc– trina Cristiana y sin este requisito no los absolvían. De ahí el que muchos pu– sieran empeño en aprenderla. Pese a todas estas dificultades, poco a poco las escuelas para indígenas se fueron multiplicando y en el S. XVIII apenas había población de importancia que careciese de ella. Algunos curas celosos no descui– daron esta parte de su obligación y en confirmación de ello vamos a citar las cartas que dirigió uno de esos curas a los Prelados de Guamanga, refiriéndose a una obra pía que había fundado con el fin de establecer cinco escuelas en Caso trovirreina. Las cartas se remontan a los años 1788 y 1793 Y van dirigidas a los Obispos de Guamanga, López Sánchez y Fabro Palacios. El cura se llamaba D. Bernar– dino de Altolaguirre y parece que por un tiempo había ejercido sus funciones en la región. Pasó después a Santiago de Chile y desde esta ciudad escribía, dando cuenta de la obra pía que había fundado para el establecimiento de estas escuelas, con unos cuatro mil y más pesos que había puesto a censo. Dichas escuelas fueron establecidas en las doctrinas de Guaytará, Córdova, los anexos dc Chupamarca, los de Viñac y en los pueblos de Llillima e Ingahuasi. Los ci– tados Obispos procuraron dotar a estas escuelas del material pedagógico necesario Cartillas, Catones y Catecismos y el mismo Altolaguirre parece que intentaba traerlos de España en cantidad suficiente para que los niños aprendiesen con facilidad lo que se les enseñaba. (2). Este ejemplo no es el único que podría citarse, pero nos demuestra que este grado de enseñanza no se encontraba en el estado lastimoso que algunos han dado en pintar. En el S. XVII con el establecimiento de los Jesuitas, primero y luego con la difusión de la Orden de los BetIemitas, la enseñanza primaria recibió un notable impulso porque estas dos Ordenes donde quiera que tuvieron domicilios abrieron escuelas de primeras letras. Entre esas escuelas se hicieron célebres las de los Caciques de Santiago del Cercado, en Lima y la de San Borja en el Cuzco. Con la expulsión de los Jesuitas este ramo de la enseñanza sufrió un rudo golpe, aunque el Gobierno español hizo lo posible por sustituirlos. El llamado Colegio del Príncipe vino a refundirse con las Escuelas de Latinidad que tenían los Jesuitas en el local de S. Pedro que más tarde ocupó la Biblioteca Nacional. El primer Rector de este Colegio fue el clérigo vasco francés D. Juan de Bordanave que en 1771 tomó la dirección del plantel. Bordanave perma. neció frente al mismo varios años y en 1794 le sucedió D. José de Salazar. A este le reemplazó en 1795 el clérigo D. José de Silva y Olave, pero como este fuese nombrado en el año 1809 Diputado del Perú ante la Junta Central, hubo de renunciar y le sucedió el Pbro. Juan Manuel Arriola, que era capellán del 2. Ibid. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.22, 1972
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx