Fénix 22, 162-167

164 FENIX Monasterio de Sta. Teresa. El II de Noviembre de aquel año fue nombrado para el cargo, pero pronto hubo de desistir y pidió le exonerasen del mismo. En el año 1811 fue nombrado D. Juan José Flores y, unos años después, el 11 de Fe– brero de 1817 le sustituyó el célebre Catedrático del Convictorio de S. Carlos, D. José Ignacio Moreno. Este último permaneció en el puesto hasta el año 1820. Dos años más tarde los hijos de caciques fueron trasladados al local que había sido un tiempo Hospital del Espíritu Santo. Desde que este colegio abandonó el Cercado y dejó de ser regido por los Jesuitas decayó visiblemente y con el tiempo fueron pocos los hijos de Caci– ques que se aprovechaban de las becas creadas para ellos. Algo parecido vino a suceder en el Cuzco. Aunque en este Colegio, fuera de los hijos de Caciques se aceptaban otros niños indígenas, a quienes se recibía gratuitamente. Su nú– mero e importancia declinó manifiestamente. En el año 1791 se hizo en el Cuzco una Información sobre la enseñanza que se daba en las escuelas pri– marias que había en la ciudad. Estas eran seis y en cinco de ellas se admitía también a las niñas. La distribución del horario era la siguiente: ingresaban a las 7 de la mañana y suspendían las labores a las once y media. En las tardes entraban a las dos y salían a las cinco. Como en la mayor parte de esta clase de escuelas, por aquella época, el programa se reducía a la doctrina cristiana, a leer, escribir y contar. Se echaba mano del canto para el aprendizaje de la doctrina y de la Tabla. Esta Información la realizó Fernando Trelles y por ella es posible saber que los hijos de Caciques que estudiaban en S. Borja eran sólo siete, internos, aun cuando el total de alumnos que asistía a dicha escuela era de 143. También llegó a adquirir algún renombre otra escuela primaria de Lima, la de los Desamparados, fundada por el P. Francisco del Castillo al lado de la Iglesia de este nombre. Aún después del extrañamiento de los Jesuitas la Es– cuela de los Desamparados continuó prestando sus servicios y el número de alum– nos que a ella concurría pasaba de 300, como en sus mejores tiempos, debido, sin duda, a la calidad de los maestros y la gratuidad de la enseñanza. Con la renta que se había creado para sostenerla había bastante para el pago de los maestros y para poder proveer a los alumnos, de tinta, lapiceros, plumas, papel etc. de modo que ella se hizo popular y contribuía a dar animación a todo el harrio a uno y otro lado del puente de piedra. En el año 1812 era maestro de esta escuela Francisco Garay. Por aquel entonces era la autoridad eclesiástica la que daba la autoriza– ción para abrir escuela y enseñar y lo hacía, después de una breve informa– ción, sobre las calidades del pretendiente y su aptitud para desempeñar el ofi– cio de maestro. Por esta razón en los Archivos Episcopales se encuentran datos relativos a los maestros que ejercían la docencia y a los lugares en donde existían estas escuelas. De ellos hemos podido recoger los informes que aquí extractamos, aun cuando, como vamos a ver, ya en los últimos años del S. XVIII la autoridad Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.22, 1972

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