Fénix 22, 69-73
70 FENIX es entre 1556 y 1558, cuando en verdad había tenido lugar veinte años antes. De otras arbitrariedades sería largo hablar. En la trama de esta pieza se enlazan la conquista del Perú por los españo– les, la aparición de la Virgen durante el cerco del Cuzco y los orígenes de la devoción a la imagen de Ella en el santuario de Copacabana, a orillas del lago Titicaca. En un plano más trascendente, en "La aurora en Copacabana' el dramaturgo español aborda el proceso de la evangelización del Perú interpre– tándolo como un milagro de la religión cristiana. Por lo demás, el argumcnto de esta obra ha sido analizado por los principales cxégetas de la producción cal– deroniana y por cuantos han estudiado el tema americano en la Literatura española del Siglo de Oro, de forma que tal aspecto queda al margen de este artículo, cuya finalidad es revelar tanto las fuentes en que Calderón abrevó sus informa– ciones sobre los eventos de la Conquista y sobre el paisaje peruano, como poner al descubierto cuál pudo ser el punto de arranque, la chispa inspiradora que encendió en la fecunda inventiva del dramaturgo la idea de componer una pieza teatral que tuviese como tema central algo en verdad exótico. Se ve que la oportunidad la estimó propicia Calderón para refundir en un drama profano asuntos que debían de bullirle en la imaginación, puesto que en "La aurora en Copacabana" se dan cita dos temas que entre sí carecían de todo nexo -la descensión de la Virgen en el Cuzco y los orígenes del culto mariano en Copacabana-, pero que contemplados desde el Madrid de enton– ces debían de parecer estrechamente vinculados. El hecho histórico que ha quedado plasmado en la imagen de Nuestra Señora de la Descensión, venerada en la capilla del Triunfo que se alza al lado izquierdo de la Catedral del Cuzco y con fiesta litúrgica especial, ocurrió el 23 de Mayo de 1536, en momentos en que el cerco del Cuzco por las huestes de Manco Inca era más estrecho y la situación de los españoles verdaderamente angustiosa. En aquellas circunstancias, cuenta una piadosa tradición que la Virgen, invocada instantemente por los sitiados, les dispensó su ayuda en la lucha desesperada que libraban contra fuerzas muy superiores. No tardaron los analistas en recoger un episodio que venía a abonar la jus– tificación de la Conquista española, auspiciada por señales milagrosas. Era un acontecimiento ciertamente excepcional y de él se hicieron eco el jesuíta P. José de Acosta, en su Historia Natural y Moral de las Indias (Sevilla, 1590), el pin– toresco Felipe Huamán Poma de Ayala, en su Nueva Coronica y Buen Gobierno (hacia 1613), el Inca Garcilaso de la Vega, que en su Historia General del Perú (Córdoba, 1617) le dió con su ingenio y talento forma literaria definitiva, y Fray Diego de Córdoba Salinas, en su Crónica franciscana (Lima, 1651), que por cierto entró a saco en el relato del egregio cronista cuzqueño. Finalmente, el historiador peruano P. Rubén Vargas Ugarte, con sohría circunspección docu- Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.22, 1972
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx