Fénix 3, 515-540

permitiéndole mantener su dignidad, y aun impetrar el favor del poderoso pa- ra la obra de su colegio. Y porque los domésticos goces, plenamente anhela- dos y disfrutados, no requerían la invocación a las musas ni el ascenso a las alturas del Parnaso, sino las tremolantes voces de la razón y el sentimiento, o la aproximada imitación de la vida. En la fase culta de su obra no muestra nunca la pasión fecunda ni el ego- tismo que caracterizaron a los cultivadores de tal manera: y voluntariamente restringe su libertad retórica, para sujetarse a metros y ritmos usados por sus maestros latinos. Sólo toma del cultismo la predilección por las representa- ciones mitológicas y las figuras del mundo antiguo, el hipérbaton a veces ab- surdo y los neologismos originados por la rigurosa traducción de las voces la- tinas. A decir verdad, el destino cortesano de las composiciones poéticas así concebidas, caracteriza a su autor como un tardío epígono del cultismo. La fase neoclásica, o prerromántica, se hace presente con mayor y más explicable nitidez. Porque en sus acentos no se mezcla el magisterial afán de lucir ante alumnos y catones la erudición que ilumina y sustenta la cátedra; ni el esfuerzo que la voluntad prodiga al ilustrar una exégesis, en virtud de un paralelo histórico o leyendario. Porque en sus palabras no hay violencia espiritual, ni premeditación. Y aun se diría que la obediencia a la preceptiva es sólo orla, que presta simetría a la familiar imagen del sentimiento; o ligero rito de iniciación en los secretos que espontáneamente descubre el espíritu. Ambas fases pueden ser estimadas como interlocución, a través de la cual asoma el mensaje poético y humana de José Pérez de Vargas. Allá des- cubre el dominio de su oficio; y aquí su sensibilidad. O bien, su respuesta a los urgentes reclamos de la vida, y a las voces de la inspiración. La reci- tación lectiva y su pensamiento trascendente. A pesar de su validez universal, los símbolos difundidos por la cultura humanística llegan a crear un lenguaje artificioso y acentuadamente conven- cional. Pues, aun siendo comunes al generai conocimiento, puede ocurrir que sólo penetre en ellos quien se encuentre familiarizado con la temática del poe- ta, y a los demás inspiren alguna diatriba menos digna y sutil que aquellas di- rigidas por Quevedo y Lope de Vega contra la poesía de don Luis de Gón- gora. 0, al contrario, las representaciones son a menudo elementales, y su comprensión requiere apenas un leve ejercicio de la sensibilidad o el dominio de una breve clave; pues el poeta apela al símbolo para ilustrar y enaltecer un mensaje llano. Este es, justamente, el valor que José Pérez de Vargas atribuye a tal recurso de expresión estética. No busca en los símbolos el len- guaje afín a las Euces de su espíritu, sino el mensaje de tiempos idos; no la secreta vibración de su voz, sino las ensefíanzas que viejas culturas nos ofrecen. Oigamos los augurios que le inspira la conclusiOn de la campaña eman- cipadora: Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.3, julio-diciembre 1945

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