Fénix 36-37, [1-14]

verdad buscan el saber. Tauro fue ejemplar pionero en este terreno. No hay historia verdadera, en verdad, si hay desmedro de las fuentes; y sólo una rigurosa clasificación de la bibliografia permite escrutar en el horizonte con acierto y relegar la cizaña para privilegio del grano bueno. Por el buen grano de la información sana trabajó duramenteAlberto Tauro. Huella fecunda de su ojo vigilante queda en las publicaciones de la Biblioteca Nacional, en el silencioso trabajo de la Escuela de Bibliotecarios, en el Boletín Bibliográfico, así como en el Departamento de Publicaciones de San Marcos. Esta preocupación era, de otro lado, fundamental para asegurar la trascendencia de su viva inquietud histórica. No le interesarona Tauro el dato vocinglero, ni la anécdota oportuna, ni lo que era meramenteaccidental en los hechos y en los hombres, sino que vivió atraído por el mundo de las ideas y prefirió verlas y estudiarlas como en su extenso trabajo literario. Se interesó por algunos aspectos de nuestra literatura colonial, y tanto en su breve estudio sobre Amarilis, como en el meditado trabajo que dedicó a la Academia Antártica encuentran todavía hoy buen derrotero los investigadores de nuestras letras coloniales. El indigenismo, que fue preocupación orientadora de su tesis sobre la obra de Alejandro Peralta, constituyó siempre tema de estudio e interés. Exhumó textos de Palma y dedicó especial atención a la obra de José Carlos Mariátegui, muchas de cuyas reediciones prologó con meditados ensayos y en la celebración de cuyo centenario lo ha sorprendido la desgraciada noche del viernes. Fue durante casi cuarenta años nuestro compañero en la docencia sanmarquina, y a lo largo de quince años frecuentó con nosotros labores y desve/os en la Academia Peruana de /a Lengua, en cuyo seno actuó como bibliotecario en la primera directiva que presidió Augusto Tamayo Vargas. La vida intelectual peruana pierde ciertamente conAlberto Tauroa un animador de sus más valientes empresas editoriales. Editó "Prometeo" con Augusto Tamayo y José Alvarado Sánchez, apenas cumplidos los 16años de edad, y a los 22 era el editor de "Palabra", revista ligada a la generación a la que perteneció. Pero quiero ahora sólo recordar el soplo de vida que supo infundir a Fénix, esa revista que -fiel al mandato de su nombre- siempre ha sabido renacer con nuevos fuegos para dar cuenta de la vida y la labor de nuestra Biblioteca Nacional. En esta rápida exégesis quizá convenga rescatar lo que había (y queda) de permanente en la vida y en la obra de Alberto Tauro, lo que estaba arraigado en esa hermosa calidad humana alentado por la palabra sobria, el desprendido gesto, los ojos esperanzados y la mano cordial. Nadie pudo dudar nunca de sus lealtades: leal con las disciplinas humanísticas que cultivó; leal con su propia filosofía política, sin exaltaciones inoportunas ni demagogias exaltantes; leal con la pureza de su quehacer intelectual. Las obligaciones intelectuales fueron su mejor obsesión y lo escoltaron hasta el Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.36-37, 1990-1991

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