Fénix 36-37, 157-165

oposición al régimen, éramos apolíticos o, mejor aún, no queríamos ser políticos, primero. porque serlo era muy peligroso, ya que los principales líderes juveniles estaban exiliados o en la cárcel. y segundo. porque preferíamos ser escritores y no ser otra cosa. Y finalmente, al elegir este extraño camino y al comparar nuestro destino con el de escritores peruanos de otras épocas. alguno de los cuales parecían haber desconocido su oficio, decidimos estudiar muy en serio el cuento y la novela, aprender lenguas extranjeras y convertirnos cada cual en un autodidactica -a pesar de que asistíamos a la universidad-. pues ya no podíamos confiar en nuestros profesores. por lo general muy poco informados sobre el tema Pues bien. en un medio tan negativo como éste, los jóvenes escritores de mi generación creíamos ser los únicos artistas literarios del país y suponíamos mal que no había más narradores que nosotros. Recordar que, de todos los cuentistas y novelistas anteriores y vivos. Ventura García Calderón, famoso por lo que se decía de su estilo castizo, y de su corrección formal, permanecía eternamente en París y nunca lo vimos en el Perú; Enrique López Albújar vivía en provincias. y cuando se mudó a Lima, no le gustaba la calle. como a nosotros; Ciro Alegría, quien parecía ser el mejor y de mayor renombre, había salido unos quince anos atrás exiliado a Chile, para después viajar por Cuba y Estados Unidos; y respecto a otros novelistas menores, como José Diez-Canseco, José Ferrando o Arturo H~rriandez. a quienes sí veíamos de lejos. no despertaban mucho nuestras simpatías, unos porque no habían aprovechado bien sus propios temas y otros porque escribían un castellano que no nos complacía. Pero, de pronto, resultó ser que no estábamos solos. que existía un novelista mayor y con cierta fama de autor indigenista y de hombre independiente. Se trataba, es claro, de José María Arguedas. Para mí, de modo particular, fue un encuentro necesario y grato, pues de antemano tenía mucho de común con él: yo también había nacido en la sierra. también buscaba pintar la vida de pueblos y aldeas andinas, donde el indio es un personaje inevitable, una víctima clara de la injusticia y del gamonalismo. pero en otro sentido un personaje que lo domina todo: en- la sierra, la atmósfera es india; el paisaje es la exacta medida del indio; las creencias y. sobre todo, las supersticiones y cuentos mágicos provienen del mundo quechua; la lengua es mayormente quechua; el aspecto de hombres y mujeres es aindiador la pobreza india contagia a cualquier riqueza provinciana y la disminuye; y los sentimientos varían según quien hable y con quien lo haga. porque la división social en castas es notoria y hay superiores e inferiores según e1 abolengo, el dinero, la fuerza o la piel blanca. india o mestiza. Por entonces yo, corno mis demás compañeros, desconfiaba de los autores contemporáneos en lengua española y acudía a los extranjeros para encontrar, primero, un lenguaje directo, efectivo, y luego, una mejor técnica de composición narrativa y una mayor profundidad de temas, ideas y Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.36-37, 1990-1991

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