Fénix 36-37, 157-165

Y es que Arguedas había elegido, aun para sus cuentos, un tipo de narración novelística. Agua, que es sin duda un cuento, y Los escoleros, una novela corta, tenían la misma composición. El tema central se dividía en capítulos, y cada uno describía una escena, una anécdota; así, el asunto mayor ganaba variedad, y no redondez, a medida que se acercaba al final, venido casi siempre de modo repentino, o que a veces tardaba en llegar, decapitando sólo las últimas anécdotas, en tanto que la historia central no concluía, sino se "interrumpía" y ganaba un inesperado sesgo, después de haber sido tan aguardado. Así ocurría en Los escoleros, donde el posible encuentro de Juancha y Don Ciprián mueva la historia, y cuando el encuentro llega, el autor insiste muy poco en él; y había, además, dos finales que diluían el remate. Diamantes y pedernales tenía una estructura semejante: una de las anécdotas, la de lrma la ocobambina, prosigue aun cuando el tema central haya concluido. El fundamento de esta modalidad de narración fragmentaria -continuaba esa reseña- reposa en el estilo de Arguedas, y éste en su especialísima sintaxis, de influjo quechua. En sus frases, por lo general breves, la oración castellana habitual es retorcida o puesta del revés, con los complementos por delante, luego los sujetos y, por fin, los verbos y predicados. Para abreviar diré que la reseña, tras señalar la evolución de Arguedas cuentista, aplaudía, de un lado, el cuento "Warma Kuyay" ("Amor de niño") por la concisión, economía y efecto de su estructura y, de otro, afirmaba que "Orovilca" era hasta ese momento el mejor cuento de Arguedas, por su visible apego a la técnica formal del género, porque las anecdotas no distraían el tema central, porque la inspiración, en vez de seguir los viejos moldes realistas, había volado con fuertes alas, inventando un argumento desusado, y porque Arguedas, juzgado por todos como "indigenista", había sido capaz de escribir con éxito un cuento imaginativo, de trasfondo mágico. En fin, decía que los primeros cuentos de Arguedas eran de transición; y que ahora, en Diamantes y pedernales, nuestro autor había aceptado al parecer del todo los moldes castellanos, y que ojalá su nuevo libro, Los ríos profundos, siguiera este nuevo camino. Por supuesto que mi artículo, lo reconozco, era algo irreverentepara una figura prestigiosa aunque de escasa obra como Arguedas, y le cayó mal, ya que la crítica peruana por ese tiempo no se atrevía a poner peros a las obras de autores nacionales: o los silenciaba del todo o los elogiaba en exceso, no había lugares intermedios. En respuesta, Arguedas me escribió una carta mostrándome su resentimiento, en medio, claro está, del gran afecto que nos teníamos, carta que a mi vez yo respondí -privadamente también- defendiendo mis juicios, pero, eso sí, expresando en forma clara mi admiración y aprecio por su obra en conjunto, por encima de cualquier Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.36-37, 1990-1991

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