Fénix 4, 725-729

lumen al otro y entre sus alas transportan, sin saberlo, los recados de una ter- nura inefable. No puede durar mucho tiempo, sin embargo, la separación de los cuerpos. Los seres que se quieren concluyen en el registro civil o en las casas de cita. Un día de limpieza, el día señalado para poner orden en el hogar, alguien, automáticamente, obedeciendo a un misterioso, un recóndito mandato, junta, por fin, los libros, iOh, qué abrazo! Ningún casal se forma para cruzarse de brazos y la nueva pareja no pue- de ser excepción de la regla. Pronto arriban volúmenes y más volúmenes. Cuatro, ocho, quince, treinta se muestran, despatarrados o prolijos, sobre las mesas, en las sillas, junto a las lámparas, a veces a caballo sobre Ios objetos de adorno, sobre los potes, encima de un baúl, tirados por el suelo. Es entonces cuando nos decidimos a comprar una repisa. Más tarde, la repisa no basta y adquirimos un armario de dos o tres pisos. Viene, en se- guida, la biblioteca. Como no carecemos de condiciones de previsión, la en- cargamos de una capacidad superior a la exigida por las necesidades momen- táneas. Pero en cuanto nos la traen y acomodamos en ella todos Ios testimo- nios de nuestra cultura, viendo que quedan vacíos dos anaqueles y eso afea el espectáculo del recinto, pues poco a poco nos hemos ido dando cuenta del vaior también decorativo de los libros, corrernos a 13s librerías y traemos unos cuantos, los precisos para llenar los huecos del magnífico mueble. Quizás nos Ilamar~~os a sosiego una, varias semanas. Al salir de la ha- bitación, al entrar en ella damos una mirada de afecto al erudito escaparate. A cenar o a beber una copa invitamos a amigos comu pretexto, pero en rea- lidad para mostrarles aquello e inducirlos a pensar en nuestra sabiduría. Mi s los libros no se duermen sobre sus laureles. Siguen ejerciendo sus esotérl- cas influencias para que su número aumente y aumente sin cesar. Tienen po- deres desconocidos, imanes invisibles y secretos con los cuales atraen a sus se- mejantes. - Otras estanterías, otras bibliotecas se suman a la primera. No hay un claro en las paredes, entre puertas y ventanas, donde no hayamos ubicado una, por supuesto mandada a construír de medidas especiales. Ya no sólo están los libros en la sala de recibo, en el escritorio, sino en los dormitorios, en el vestíbulo, apilados en los rincones, bajo las camas. Nuestra mujer, si somos casados, nuestra madre o nuestras hermanas nos reprochan constantemente la manía en que hemos caído y nosotros comprendemos que tienen razón, noso- tros mismos nos percatamos de sus inconvenientes, sufrimos por ellos, pues no dejan espacio en el bufete para escribir, en la mesa para comer, en el sofá para recostarnos, en la botinera para guardar zapatos. Pero nada podemos hacer para evitarlo. Los libros son un vicio tremendo. Así las cosas, un día, par efecto de una digestión difícil, nos dormimos en un sillón y soñamos. Los libros saltan de sus estantes y se agrupan en torno a nosotros, mientras centenares, millares de otros más entran por la puer- ta, por las ventanas. Miles y miles de libros, trepándose unos encima de otros, llenan por completo la habitación, toda la casa. Cubiertos totalmente por Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.4, julio-diciembre 1946

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