Fénix 4, 725-729

ellos, nosotros y nuestros familiares perecemos asfixiados, exhalamos el último suspiro. Desde la muerte, aun clamamos: "¡Libros, más libros!" Cuando un individuo, que tiene la pasi6n de los libros y ha tapizado con ellos todos los muros de su mansión, sueña que éstos terminan cubriéndolo y asfixiándolo, tras de haber illlposibilitado sus movimientos e invadido mesas, sillas, cama y hasta desparramádose por el piso, no piensa, lógicamente, sino en la manera de liberarse de esa amorosa opresión. Lo primero sería arrendar unla morada más grande y reservar la más vas- ta de sus habitaciones exclusivamente para biblioteca, con la terminante prohi- bición de trasladar volfimenes, bajo ningún pretexto, a los cuartos restantes. Pero en la práctica esto es irnposible. Los libros caminan. Tienen unas pa- titas iilvisibles con las cuales siguen como perros a las personas, irrumpiendo de pronto en el comedor, en la sala, en los dormitorios. No hay aposentos en los anaqueles de cuya biblioteca se queden quietos indefinidamente. Cuan- do menos se lo sospecha, alguno pega un salto y se introduce en las otras pie- zas para refrescar la memoria de los dueños sobre una doctrina social, un principio de física, una creación poética. Y eso es sólo el comienzo. Lue- go se producen desbandes en masa. Una cosa es pensar en una mudanza y otra acometerla. Los alquileres andan por las nubes. ¿Valdrá la pena elevar nuestro presupuesto sólo para evitar el retozo de los libros relegándolos a un recinto especial? Y aun si nos dispusiéramos a hacer ese sacrificio económico, ¿será fácil hallar casa? En todas partes, en cualquier ciudad del planeta la crisis de la vivienda es hoy malestar insalvable. Por otro lado, ¿de qué serviría ese dispendio si al poco tiempo habría que incurrir en uno mayor, por ser forzoso destinar, no una sino dos o tres piezas a morada de los libros, pues éstos, según sabemos, se multiplican son asombrosa velocidad? A quien de veras los ama, los pesos no le paran en el bolsillo: concurre a las librerías y adquiere cuanto se edita. !Y se edita tanto! Estudiados los pro y los contra, impónese la renuncia al cambio domici- liario. Uno debe quedarse donde está e intentar la resolución del conflicto por otra vía. Acuciando el magín, surge una fórmula considerada feliz: en- cajonar la biblioteca y alojarla en el sótano o en el desván. Ponemos manos a la labor. Mandamos traer unos arcones, acariciando el propósito de no guardarlos todos, sino dejar cerca de nosotros los que más amamos, estos to- mos cle poemas, aquellos de filosofía, esos de ciencia, algunos de artes plás- ticas, nuestros Shakespeares, nuestras Baricielaizcs, la obra compli'ta de He- gel, determinadas colecciones, etc. AVas al empezar la tarea y ya puestos en el trance de decidir prelerencias, !as vacilaciones nos asaltan. por qué en- viar al ostraci~moa unas y a otros no? LES que un Dante, un Ncvaiis, rirl Heidegger valen monos que los aéitores mencionados? No puede haber hijos y erntencbdos, iel encierro debc ser unásii~e! U cuando dicalmente los cajo- nes se llenan, una triste emocion nos embarga en el instante de ver que se 10s concluce a entablar amistad con las scimbrcis, Nos parece que aquéllos Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.4, julio-diciembre 1946

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