Fénix 4, 730-741

gran parte de la acción se desarrolla en la librería de M. Blaizot y en la pro- digiosa biblioteca reunida por M. d'Astarac. En La Rertolte des Anges, la biblioteca es el lugar donde se inician casi todos los acontecimientos: u n i ~ n de Mauricio y de Mme. des Aubels, instrucción de Arcade, tribulaciones de, S~ r i e t t e . . Numerosas escenas de la Iiistoire Confemporaine se sitiian en el gabinete de trabajo de M. Uergeret o en la librería de M. Paillot. Paralelamente, abundan las descripciones de bibliotecas y ellas han sido hechas con verdadero amor. Citemos sólo un fragmento, a propósito de la colección Esparvieu: "Otras bib!iote:as contienen con más abundancia, aque- llas encuadernaciones venerables por su antiguedad, ilustres por su origen, suaves por el grano y el tono de la piel, valiosas por el arte del dorador que, por medio de hierros, ha trazado los filetes, las puntillas, los florones, los fo- ilajes, los emblemas y los escudos que, de su suave lustre, encantan los ojos sabios. Otras pueden encerrai un mayor número de manuscritos, ornados por un pincel veneciano, flamenco o "tourangeau". Ninguna la sobrepasa en bellas y buenas ediciones de atitores antiguos y modernos, sagrados y pro- fanos". La intriga, en las novelas de France, es sumamente débil. No podemos Clecir que la búsqueda del manuscrito del "clero Jehan Toutmouillé" sea lo que confiere verdadero interés a la primera parte de Le Crime.. . EnThais, el ca- pítulo central de la obra es el famoso banquete en que los comensales disertan sobre filosofía y literatura. Le Jardin dEpicizre, obra que quizás es la que mejor resume una época de su pensamiento, ni siquiera tiene el nexo de una débil trama. Son reflexiones, que raramente ocupan más de una página, ins- piradas al azar de sus lecturas. Casi diríamos que son papeletas, apuntes, como aquellos que, en su torre del Périgord, Montaigne agregaba al final de un libro después de haberlo 1eído.j NO es todo ello pecujiar de un biblio- tecario? Por Úl t i ~o , su idioma os el de un verdadero erudito, lleno de sugestiones, de recuerdos y de veladas reniiniscencias. Desde luego qiie no incurre en el abuso de la aIusiói~mitológica que aleja de nosotros a tantas obras de La Plciade. Sin embarco, supone una buena cultura por parte del lector n fin de ser plenamente captad^.^ En cuanto al estilo, éste es simple y diáfano. Nada de colores vivos ni de acrobacias verbales. Ellas no scn frecuentes en la conversación v los personajtq de France conversan continuamente. No hay calculadas antítesis ili frases rebuscadas. Una corriente de razonamien- tos que se suceden los unos a los. otros y que, gracias a la forma simple en que se hallan expresados, parecen f!riir naturalmente del lwcho o de la circunstan- cia que los origina. En esto nos parece residir otro de los grandes aportes 5 MON'TAIGNE, M. de: Essais, L. 11, c. X, in fine. " Véase, por ejemplo, a propósito de la c.uil?parnción entre el Diccionario de Freund y Fjin;e. Bergeret, lo que apunta MICHAUD, G.: op. cit., p6g. 121. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.4, julio-diciembre 1946

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