Fénix 4, 730-741

Su padre, librero en e1 "Quai Malaquais" y luego en e1 "Quai Voltaire", se interesaba particularmente por las obras referentes a la Revolución. En- cariñado con ellas, redactó un catálogo histórico-bibliográfico de la impor- tante colección de documentos que el Conde Henry de la Bédoyere había reunido sobre este tema y la obra, aún hoy, se consulta con provecho. La trastienda veía reunirse un grupo, pequeño pero selecto, de eruditos y horn- bres de letras cuyas conservaciones, aunque no siempre comprendidas, no podían dejar de influir en la mente del niño. Casi todos los contertulios, formado en el siglo XVIII, eran amables, corteses, indulgentes y algo es- cépticos, como cabe a quienes han visto sucederse, en pocos años, el Antiguo Regimen Absoluto, la Monarquía Constitucional, la Convención, el Terror, e! Directorio, el Consulado, el Imperio, la Restauración y la Monarquía de Julio. . . Si el niño salía de la casa paterna, se enfrentaba con los célebres "quais" de París, encuadrados por el Louvre, el Palais de Justjce y el Institut. Podía otear en los innumerables escaparates de los libreros de lance que ornan sus parapetos o bien, contemplar, las chalanas que, cargadas hasta el tope, se des-. lizan lenta y continuamente por el Sena. Este trozo de París, que se extiende desde el Luxembourg hasta la Cité, es quizás zl más bello lugar de la capital del mundo. No produce esa extraña opresiin que trasunta de las viejas man- sienes de 1'Ile Saint- Louis, ni tiene la fiebre comercial de los barrios bursá- tiles. Sin la frialdad aristocrática de los Champs-Élysées, tampoco ofrece la turbamulta del radio de los teatros. Es un delicioso compuesto de actua* lictad y de pasado, de historia y de porvenir, de estudio y de acción. En esa época, Francia gozaba de un período de paz y de prosperidad, a penas conmovido por algunas inquietudes políticas y sociales. Ellas esta- llarían en las jornadas de junio de 1848, pero en aquel momento no eran vi- sibles y se hallaban eclipsadas por los das grandes movimientos artísticos e intelectuales que llenan el siglo: el romanticismo y el historicismo. Es verdad que para entonces el ro~manticismopuro ya entra en decaden- cia. Los parnasianos van a ocupar el primer plano, desplazando a los au- ténticos héroes de 1830; las truculencias de los fanáticos de Hernani pasan de moda y el arte tiende a volverse más impersonal e impasible. Ello es exacto, pero no lo es menos que se conservan todos los grandes aportes de la Escuela Romántica: afición a la historia -especialmente de la Edad Me- dia y del Siglo XVI-, mayor amplitud en los horizontes artísticos, libertad para elegir temas, épocas o personajes y ruptura con aquello que el raciona- lismo clásico de los siglos XVII y XVIII podía efrecer de excesivamente rígido y seco. El historicismo, por su parte, arranca de la publicación de Génie du Christianisme (1802) y de Les Martyrs ( 1809). A través de las obras de Thierry, Barante, Guizot, Thiers, Fuste1 de Coulanges, Taine y Renan, el movimiento se prolonga hasta nuestros días. Se fundan los grandes centros Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.4, julio-diciembre 1946

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