Fénix 4, 730-741

documentación administrativa, cabe sin embargo, plantear un interrogante: iSe pensó, acaso, en utilizar la peculiar capacidad del escritor colocándolo en el puesto que, sin duda, era el que mejor le cuadraba: el de bibliotecario de ~Seferencias? No lo creemos, ya que scgún ReissigZ la tarea que le corres- pondía era la de clasificador. Por otra parte, y hasta estos últimos años no ha solido reconocerse la imprescindible necesidad de que una biblioteca dis- ponga de uno o varios referencistas. Por ende, quizás durante su perrna- nencia, France haya restado innunierables servicios en ese rámo, pero como las planillas administrativas no preveían el rubro, no era posible acreditarle sil trabajo.. . el rigor burocrático conoce muchas injusticias semejantes. Lo que nos confirma en nuestro modo de pensar es iIn párrafo de Eiigene Morel, escrito más o menos en ese entonces -en 1908 para ser exactos- y en el cual, aludiendo a las trabas que presentan para el estudioso las bibliotecas de Estado, deja entrever que los esfuerzos de la administración parecen dirigirse a impedir el uso racional de las capacidades. El trozo es algo largo, pero lleoo de sabor, y merece leerse: "Parecería que el delirio ha presidido a to- dr*s esas organizaciones que, sistemáticamente, colocan al hombre apropiado allí donde no sirve. Que reserviln los cargos de iniciativa para los viejos y, aquellos que exigen experiencia para los jóvenes. Que eligen a los debilucho9 para acarrear libros y los -malfabetos para oficinistas, destinan los periodistas a la parte de obras históricas y los paleógrafos a la sección novelas del día. . . He visto un establecimiento de Estado -supongamos que sea un colegio--- doiide todo esto se producía a la vez: un alemán había sido destinado a la pintura, un pintor a la administración, un latinista al alemán, un antiguo mi- litar a la paleografía, un deportista a la elocuencia, un jorobado a la gimfiasia. El hebreo había sido confiado a un paleógrafo y el rabino enseñaba heráldica. Para recibir a las visitas, dos personas: un sordo y un epiléptico. Un poeta llevaba la contabilidad y un matemático redactaba la correspondencia. . . To- do esto es tan cierto que no sé qué inventar para que Uds. no reconozcan la Institución. La jerarquía presupone, justifica, ese método. Ello es necesa- rio para que un jefe sea respetado. iCon qué derecho, yo que no sé el he- breo, diría "hay que traducir así" a ese rabino que hace treinta años que lee el Talmud? iCómo diría a ese poeta que esos versos son mediocres? En cambio, le doy a hacer sumas: enhorabuena, todo entra en la n~rmalidad".~ Repetimos que no afirmamos nada respecto a1 desempeño de France co- mo funcionario, reservándonos el aclarar el punto si alguna vez volviésemos allá. Unicamsnte hemos querido plantear la cuestión pues el juicio radical sobre la nulidad de su obra bibliotecaria no parece condecir con el resto de su personalidad. 2 REISSIG, L.: Anafole France, (8s. As., Anaconda, 1933), pág. 125. 3 MOREL, E.: Biblidl;t?ques, vol. 11, (Paris, Mercure de France, 1908). págs. 363 y 376. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.4, julio-diciembre 1946

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