Fénix 4, 730-741
ANATOLE FRANCE BIBLIOTECARIO 737 He aquí a M. Sylvestre Bonnard, membre de L'Institut. No es un bi- bliotecario profesional, pero cu casa toda es una biblioteca. Los libros la in- vaden íntegra, pese a las protestas de su ama de llaves Thérese que le repro- cha llenarla con "nidos de polilla". No puede pasar ante el escaparate de un librero sin ccxmprar uno o dos volúmenes que siempre le habían hecho falta, aunque jamás lo hubiese advertido antes. Bonnard es algo quisquilloso en lo que atañe a su obra intelect~tal. Es éste, quizác, su único punto sensible. Ya hemos citado su opinión respecto al aporte hecho por su generación en las técnicas catalográficas. He aquí otra de sus apreciaciones: "Contaré, a buen seguro, entre los diez o doce eruditos que revelaron a Francia sus antigue- dades literarias. Mi publicación de las obras poéticas de Gauthier de Coincy inauguró un método juicioso e hizo época". Comprenderemos entonces que el venerable paleógrafo se indigne cuando oye, por casualidad, a un joven es- tiidiante, hablar irrespetuosamente de ella. Pero, pronto, viene la reflexión. Bonnard recuerda que él tambien ha cometido similares irreverencias con sus maestros y entonces perdona. C~aando, un día, el joven temerario le consulta sobre un difícil problema histórico, Ronnard no vacila en suministrarle no- tas, informes y documentos que obran en su poder. El digno erudito no ha tenido complicaciones sentimentales en su vida, salvo la "bleuette" con Clé- mentine, y él mismo dirá de su existencia: "Quien poco vive, poco cambia, y no es vivir ,mucho el gastar sus días sobre vicjos te::tosW. Bonnard, como to- do hombre instruído es algo escéptico. Contesta a Mlle. Préfere que, ad- mirada ante la cantidad de libros que posee, le pregunta si los ha leido a to- doc: "¡Ay! ¡Si! y es por eso que nada sé. No hay uno sólo de estos libros que no desmienta al otro, de modo que, habiéndose leído a todos, ya no sé qué pensar". Su placeres son delicados; a más del que procura la lectura de u11 catalogo, aprecia: "el de conversar con un hombre de espíritu sutil y mo- derado; el de comer con un amigo". Por último, notemos que es ligeramente egoista: de ahí la minuciosidad con que encomienda a su ama de llaves el au- xiliar a la pobre vecina Mme Coccoz, a la par que le ordena negarlo si vi- niese a mo~estarle. Tenemos luego el abate J6rome Coignard, doctor en teología y "licencié és arts". Hombre de vasta cultura, conocedor profundo de las dos antigue- dacles clásicas, ha frecuentado, cuando joven, la librcría de "La Bible-d'Or", a 12 par que enseñaba elocuencia en el Colegio de Beauvriis. Más tarde, bi- bliofhEyzie de mon oncle de Toepffer. Escenas en que, accidentalmente, intervengan biblió- filos, bibliotecas y bibliotecarios, hallamos en: La Librairie de Sainf Vicfor (Rabelais, L. 11, c. VII); Del donoso escrutinia que el Cura y el EarLero hicieron cn lo librería de nuestro ingenioso hidalgo (Quixote, c. VI ) ; !a biblioteca del convento de . . . (Montesquieu, Loftres Persames, E. CXXXIlI a CXXXVII); 13 del noble veneciano Pococurante (Voltaire, Can- dide, c. XXV). Ello, agregado al trozo de La BruyPere sobre el bibliófilo, a algunos rasgos dispersos en los escritores latinos y al "biblióinano ignorante" de Luciano, constituye quizás todos los antecedentes literarios que existan sobre los hombres de libros. Son escasos. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.4, julio-diciembre 1946
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