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que autorice empresa semejante-. creo que estamos en condiciones, y así lo exigen nuestras propias peculiaridades, de introducir o proponer ciertas mo- diFicaciones que adapten los códigos citados a nuestras necesidades reales. Emprenderíamos con ello una tarea en la que nos dió ejemplo Linderfelt, quien en 1890 tradujo las normas de Diatzko y las comparó con las del British Mu- seum, Cutter, Dewey, etc., experiencia que repitió Hanson en 1939, al con- siderar 18 códigos distintos, desde el punto de vista de las A. L. A. catalog rules. La obra de Hanson, excelente y de gran utilidad para el trabajo que noc ocupa, tiene un prólogo en el que se dice que "no se ha creído conveniente reFr~ducir ''in extenso" las reglas de A. L. A. sobre las cuales se ha basado la comparación. . . pues se supone que los estudiosos del problema dispondrán de un ejemplar de las mismas". Excediendo el esfuerzo realizado por Hanson ex] cuanto a la presentación del material, el Instituto bibliotecológico de la Universidad de Buenos Aires di6 a conocer en 1916, en ana edición limitada, el texto completo de 5 impor- tantes códigos catalográficos, que son los de A. L. A., la Biblioteca apostólica vaticana, las Instrucciones para las bibliotecas prusianas, las Instrucciones pa- ra las bibliotecas españolas, y las de la Biblioteca nacional de nuestro país. Es éste un trabajo meritorio, por el esfuerzo que significa traducir y disponer 3 continuación de cada regla del código de la Vaticana, que se ha tomado como base, las correspondientes a los cuatro r;'s:~;ntes. Es de lamentar que las nor- mGs de la Dnrección general de archivos y bibliotecas de España aparezcan en la edición de la Junta facultativa de archivos, bibliotecas y museos de 1902 y no en la de 1945, que no se conocían en la Argentina cuando se inició el co- tejo. La importancia de las nuevas normas españolas es grande, por ser el resultado de una larga experiencia realizada en un país de íntimas afinidades con los nuestros, y por su evidente deseo de encauz3rse en la corriente de las reglas angloamericanas. Contando con tal cantidad de material informativo, con una experiencia ekctiva, aunque limitada, con escuelas de bibliotecarios definitivamente orien- tadas, la tarea de adaptar iin código a los requerimientos de nuestro público parece ahora empresa más simple, y las variantes a introducir, de menor exten- sión, aunque no carentes de importancia. Frente a tantos elementos de juicio, es requisito indispensable para con- seguir lo propuesto, contar con la colaboración de bibliotecarios con experien- cia en el uso de códigos catalográficos, pues sólo con su auxilio será posible llegar a disponer de un cuerpo de normas que ponga fin a una etapa que, por estar resultando demasiado larga, es ya onerosa para las bibliotecas. En tal sentido, mi colaboración no intenta más que señalar lo que creo no se ajusta a nilestras necesidades, esto sin olvidar las razones que explican todo el movi- miento catalográfico actual de los países que marchan a la cabeza de esta téc- nica, pero con clara conciencia de la necesidad de aligerar esas tareas y rea- lizar ciertas economías, sin entorpecer el camino que permita llegar a una co- Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.4, julio-diciembre 1946

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