Fénix 40-41, 101-146

- El Santo Oficio ... / Carlos Alfonso Villanueva C. declaracióndel testigo, se trató de una formalidad, pues el mercader no fue llamadomás. Finalizadaesta diligenciaeramenesterhacer un balance. En ello,una vez más resultaronpocos los fmtospara tanto esfuerzo;particularmentedespués dehaberse visto el Tribunal en el apremiodejugar, casi todo, al testimoniode un testigo consideradoclave.¿Quéquedabaentonces?¿Desistir? iDeninguna manera! Por lopronto, cabría insistir contestigosdel tipo anterior almercader Ulloa. Era ciertamente un retroceso desde el punto de vista procesal, pero al licenciado Castro no le quedaba a mano otra forma de sacar adelante el proceso. Fue en esascircunstanciasque elmismo día sebuscó y logróhacer que se presentara ante el SantoOficio,PedroMartín deOjeda, cajonero, natural de Soria,con casa sita en la calleque iba del molino de laMerced a la huaca de SantaAna. A estas alturas, de tanto comentarseen Lima, Ojeda sospechabapara lo quehabía sido llamado.Nada devalía sinembargo seobtuvode este testigo, a pesar del hecho de vivir ventajosamentefrente al escenario de los sucesos. Ojeda, en efecto, declaró que un soldado de la Compañía del Presidio del Callao, apellidadoOrdóñez,guanteroademás, era un magnifico trasquilador de canes; tan prestigiosoenLima que, el declarante,propietario devarios, lo buscaba siemprepara que "le podara susperros, [porlquenadie se los sabía podar como él".69 Sobre la materia, alegó queun esclavo suyo de unos siete años le había contadodel hallazgo.70 Desde ese día, hasta el 19 del mismomes, no seventiló la causade oficio. Para entonces, el licenciadoCastro decidióprestar oídos a cuanta persona afirmara poseer información. Se trató de una malhadada disposición, toda 6 Y 7 0 Ibidem,fol. 14v. Ibídern. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.40-41, 1998-1999

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