Fénix 45, 98-101
99 obstáculos que hoy impiden se vea concurrida». Y al elevar a la consideración del Ministro el reglamento que José Toribio Polo proyectara, consultando sus opiniones, acertó a delinear sus objetivos: Tiene por base el orden gradual de los conocimientos humanos y su enlace; todo lo que es dable, con el Reglamento orgánico de instrucción pública, en el orden de las materias; y se acomoda también al edificio de la Biblioteca, al número de sus libros, y a la clase de lectores que a ella concurren de ordinario. Se intenta, a la vez que formar un Catálogo completo, conocer cuanto la Biblioteca encierra; para que se disponga de lo útil que sobre 2 y se deseche lo inútil Después de hecho ese Catálogo, fácil será decir cuántos libros poseemos, cuáles son los más preciosos y raros, cuantos hay en cada lengua, y cuál es y viene siendo el movimiento anual de la imprenta en el Perú. Solo concluida esa tarea sabrá el país los tesoros que conserva y los que debe procurarse; y podrá emprenderse nuestra historia literaria, con vista de todos los materiales hoy dispersos, y que no bastan a congregar los esfuerzos individuales, por grandes y patrióticos que sean. Concebida su importancia fundamental para la adecuada atención de los lectores, el catálogo de la Biblioteca Nacional debía favorecer la conveniente integración de las fuentes de conocimiento que guardaba en sus colecciones, proporcionar el más completo y ordenado acopio de las orientaciones que requiriesen las investigaciones acerca de la cultura nacional, y condicionar el desarrollo de los servicios que la institución prestaba. Pero su realización exigía una inmediata dotación de empleados auxiliares, pues solo había contado hasta entonces con un «conservador», el diligente y versado Manuel C. Calderón, un amanuense y un viejo «peón» que por ocho soles mensuales debía efectuar la limpieza del local. A ellos fueron agregados: José Toribio Polo; un amanuense cuya plaza fuera suprimida en el Archivo Nacional; un calígrafo, el sargento mayor Eulogio Quiñones, que continuaba percibiendo el sueldo de su clase militar y no gravaba por tanto el presupuesto institucional; dos empleados del Poder Legislativo, durante el receso de las cámaras, dos amanuenses y tres sirvientes, cuya contratación autorizó el ministro José Jorge Loayza en el mismo decreto (25-VII-1878) que oficializó el Reglamento al cual había de sujetarse el trabajo pertinente; y el historiador Manuel González de la Rosa (14-I-1879), cuya remuneración absorbió las cantidades asignadas a los dos amanuenses antes citados. Según las pautas puntualizadas en el Reglamento, fueron sucesivamente numeradas las salas destinadas a las diversas colecciones bibliográficas: 1º, para los libros escolares y de ciencias puras y aplicadas; 2º, para los de autores americanos o sobre historia y cultura de América; 3º, para los de historia y arqueología, literatura y lingüística, filosofía y ciencias sociales; 4º, para publicaciones periódicas y depósito temporal de las obras que se fueren catalogando; y 5º, para las obras teológicas y aquellas que por hallarse deterioradas no tuvieran cabida en los lugares respectivos. En cada sala serían también numerados los estantes, iniciándose la serie desde el lado derecho de la entrada; y en cada estante se distinguiría con letras los anaqueles, y los «cajones» que en la parte inferior debían guardar los manuscritos. Luego debía procederse a la distribución de los fondos, de modo que se mantuviese proporción entre la cantidad de libros de cada materia y el número de estantes que se les asignaba. Y finalmente se efectuaría la descripción catalográfica: en papeletas o tarjetas sobre las cuales aparecerían «título [en su respectivo idioma, acompañado de una traducción castellana], autor, año y lugar de la edición, tamaño, número de volúmenes, idioma en que están escritos; si se hallan a la rústica o forrados en pergamino, pasta o media pasta; si están completos o truncos, en bueno o regular estado o averiados; si hay más de un ejemplar de la obra». Para facilitar el manejo debía indicarse en las tarjetas los números de la sala y del estante, la letra del anaquel respectivo y el número que en el estante correspondía 2 Al expresar que la facción del catálogo permitiría disponer «de lo útil que sobre», el coronel Manuel de Odriozola da a entender que la Biblioteca Nacional podría desprenderse de sus duplicados para dotar a otras instituciones similares. Tal había sido el procedimiento seguido hasta entonces. Por ejemplo: la R.S. de 18-XI- 1873 comisionó al coronel Manuel C. Torres para llevar a la Biblioteca del Cuzco los libros duplicados existentes en la Biblioteca Nacional; y una nueva R.S., de 21- III- 1876, dispuso que se le abonaran los gastos hechos en el transporte ascendentes a (poner símbolo de soles) 61.55 (Cf. El Peruano . Lima, 6- IV- 1876). Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.45, 2008
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx