Fénix 46, 203-224

–213– B iblioteca nacional del perú […] debo hacer un recuerdo especial de Raúl Porras Barrenechea, con el que, además de ser su alumno en San Marcos, tuve el privilegio de trabajar, en Mi- raflores, en su casita de la calle Colina, invadida de libros y quijotes, de lunes a viernes, todas las tardes, cerca de cinco años (2003). Otro de los alumnos predilectos fue Carlos Araníbar, quien siguió en la senda del maestro en los estudios de las crónicas sobre el Perú, comenta: «[…] su labor docente de muchos años, en la secundaria, en la cátedra y en su hospitalaria casa-biblioteca de Miraflores. Porque, como Menéndez Pidal, no vivía Porras en una casa con biblioteca sino en una biblioteca que le servía de casa» (2013, p. 334). El arqueólogo Duccio Bonavia, quien fue testigo del último día de vida del maestro Porras, nos brinda un testimonio íntimo de cómo se encontraba la casa de Colina: Me recibió en su casa biblioteca, pues en realidad en ella no había un solo cuarto donde no hubiera libros, me escuchó y sin decir más me llevó a un punto de la estantería y mirando hacia la última fila de libros que estaba topando con el techo y señalándome un libro me dijo que allí estaba la información que necesitaba. Añadió que podía quedarme a trabajar y me autorizó el uso de la biblioteca cuan- tas veces la necesitaba. Desde ese año de 1957 hasta la muerte del maestro, estuve frecuentando su casa con regularidad aprovechando de esa inolvidable biblioteca, de esos libros en los que muchas veces las notas al margen de las páginas escritas con la letra menuda tan característica de Porras, eran más interesantes que el texto mismo, pero sobre todo escuchando sus sabias enseñanzas (2008, p. 91). Bonavia también nos deja un recuerdo de cómo trabajaba Porras en su casa: […] era interesante verlo trabajar. Prefería hacerlo sentado, prácticamente hundi- do en una vieja butaca que tenía en uno de los cuartos, rodeado de sus Quijotes que coleccionaba y que luchaban por conseguir un espacio entre libros y papeles. Leía, y lo hacía con tanta concentración, que a menudo no escuchaba cuando alguno de sus alumnos trataba de interrumpirlo para pedir ayuda en algo. Estaba siempre rodeado de papeles, generalmente páginas cortadas a la mitad como si el tamaño normal de las mismas le molestara. No faltaban además las fichas. Pero al final, lo más importante era su lapicero con el que anotaba en el margen de los libros (2008, pp. 91-92). Y sobre lo que aquí nos atañe, la biblioteca de Porras, dice: Otro recuerdo que queda de aquellos tiempos es el asombroso conocimiento que tenía Porras de su biblioteca, y estamos hablando de una colección excepcio- Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.46, 2017

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