Fénix 48, 129-147
141 F énix . R evista de la B iblioteca N acional del P erú , N.48, 2020 sin ningún disfraz. En cambio, Belaúnde lo hacía en forma más subrepticia, clandestina y vergonzante hasta que se hizo la denuncia y ella salió a la luz pública (Mejía, 1980, p. 209). El origen de esta quema de libros, se encontraría en las dos resoluciones supremas emitidas el 7 y 30 de septiembre de 1966, que establecían la restricción de libros importados que tratasen temas de política de izquierda (Mejía, 1980). Entre los res- tringidos, se hallaban títulos clásicos como El capital de Carlos Marx y hasta un libro para niños llamado Mi libro rojo . Solo cuando esta noticia tomó una repercusión in- ternacional, el Congreso, desde la acción del diputado Genaro Ledesma, derogaría las resoluciones, pero conservó la prohibición a publicaciones que atentaran contra la soberanía nacional, moral y las buenas costumbres, o que incitaran a la subversión. Es decir, no hubo gran cambio porque la censura se mantuvo, y al aplicar la norma a los libros que inciten a la subversión, esta prohibición podía ser tomada de manera subjetiva por parte del Servicio de Inteligencia Nacional, que eran los encargados de controlar el ingreso de estos. En el ámbito bibliotecario, los primeros años de la década del 70 marcaron el inicio de una etapa favorable para el desarrollo de las bibliotecas tanto públicas como escola- res. Según el Cerlalc, en estos años se establecieron las bibliotecas populares en Lima «como una forma de recuperar la memoria colectiva, la historia y la creatividad de los sectores sociales marginados» (1986, p. 44). Mientras que, en el contexto educativo, se inauguró la Biblioteca Escolar Piloto José de San Martín, como centro piloto de la Red Nacional de Bibliotecas Escolares y sede de la Oficina Nacional de Bibliotecas Escolares, que se convertiría después en la Dirección de Bibliotecas Escolares. En 1971, se concibió la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca por iniciativa del padre Juan Medcalf, en colaboración con muchos voluntarios campesinos que adopta- ron luego el apelativo de bibliotecarios rurales. La finalidad era combatir el analfabe- tismo por desuso mediante el préstamo, canje continuo y acceso a los libros desde las diversas minibibliotecas instaladas en los caseríos. Hasta la fecha, esta red se mantiene en pie con un promedio de seiscientas bibliotecas rurales en diez provincias de la región cajamarquina, es un reconocido modelo de red de bibliotecas a nivel mundial. Por otra parte, la denominación de 1972 como «Año Internacional del Libro» sir- vió para propiciar diversas estrategias de lectura en el campo educativo. Una de ellas fue la declaración de la lectura crítica como actividad educativa permanente en todos los niveles y modalidades de la educación. La responsable en materializar este objetivo fue la profesora Ruth Alina Barrios, quien propuso una serie de métodos y técnicas plasmados en guías didácticas y pautas para la experimentación de actividades en favor de la promoción de la lectura. Estos documentos fueron distribuidos a nivel nacional, se sumó a las capacitaciones de promotores, profesores y bibliotecarios «a fin de mejo- rar y ampliar conceptos y prácticas para leer más y mejor» (Barrios, 1973?, p. 9). Magaly Milagros Sabino La Torre
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