Fénix 48, 129-147
131 F énix . R evista de la B iblioteca N acional del P erú , N.48, 2020 bertadoras que en las épocas preindependentistas portaban (Sánchez, 1978). De esta forma, en 1546, tras la derrota del primer virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela, en la rebelión de los encomenderos en contra de las nuevas leyes, la lectura, la importación y la edición de textos, se vieron limitadas. En 1569, el rey Felipe II crea por medio de una real cédula la Inquisición en el Perú. Este hecho haría que la junta nombrara como nuevo virrey a Francisco de To- ledo, quien, junto a dos inquisidores, arribaría a Lima en noviembre del mismo año. Así, tras el juramento de obediencia y la lectura del edicto de fe, quedó fundado el Tribunal del Santo Oficio y una de sus principales actividades fue la censura de libros. Más adelante, al fundarse las universidades y colegios mayores tanto en Lima como en La Plata y el Cusco, se desarrolló en estos centros poblados una vida intelectual con afanosos lectores por todo tipo de textos literarios. Aprovechando esta circunstancia, a mediados del siglo XVI, aparecen libreros y comerciantes para calmar sus necesidades culturales, pero el trabajo que ellos realizaban fue muchas veces opacado por la presen- cia de la censura inquisitorial. Sin embargo, algunos comerciantes supieron burlar estas normas e inspecciones en el puerto ocultando los libros en barriles de vino, como lo relata Leonard (citado en Guibovich, 2003); el mundo colonial no estuvo del todo desabastecido de la literatura de ficción extranjera, y como prueba de ello cuenta que gran parte de la primera edi- ción de El Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra fue transportada hasta las tierras del Nuevo Mundo. Por el contrario, aquellos que no sorteaban estos obstáculos debían enfrentarse a la burocracia de la Inquisición. Esta burocracia estaba dividida en dos grupos: los minis- tros asalariados, en donde se encontraban fundamentalmente inquisidores y fiscales, y los no asalariados, de los que destacaban los comisarios y calificadores. Estos últimos actuaron como principales agentes de la censura, tal como lo explicaría ampliamente Guibovich (2003) en su libro Censura, libros e Inquisición en el Perú colonial, 1570-1754 . Los calificadores tenían la tarea de evaluar los escritos sospechosos que eran reco- gidos por la Inquisición y registrar las declaraciones de los reos procesados; mientras que los comisarios se dedicaban a controlar la llegada de navíos en los puertos, daban a conocer los edictos, censuraban libros y ejecutaban las disposiciones que el Tribunal ordenaba. Estas funciones eran repartidas en dos tipos de comisarios: los de puerto, quienes básicamente se encargaban de restringir el acceso de literatura inmigrante pro- hibida, y los de partido, que aplicaban los mandamientos y comisiones del Tribunal inspeccionando librerías e imprentas y recibiendo informaciones en los asuntos de fe. Estos documentos iban a la Inquisición, donde tenían la potestad de capturar o dictaminar sobre alguien. Para hacer efectiva esta práctica de censura inquisitorial, los agentes se valían de dos herramientas: los edictos y su compilación llamada índices o catálogos. Los edictos sobre los libros prohibidos podían censurar uno o varios títulos y eran extensamente Magaly Milagros Sabino La Torre
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