Fénix 48, 161-178
172 F énix . R evista de la B iblioteca N acional del P erú , N.48, 2020 conquistar. Encontramos permanentemente la inminencia de una revelación que nos presenta el hecho estético 12 . «El lector quiere justamente una obra extranjera en la que descubra algo desconoci- do, una realidad diferente, un espíritu separado que pueda transformarlo» (Blanchot, 2007, p. 297). La obra se ha convertido en un intruso. ¿Qué tipo de intruso? Uno que llena de vida al lector, que intenta llenar su vacío. El filósofo francés Jean-Luc Nancy (2006) cuenta que su corazón, enfermo, estropeado, no podía seguir bombeándole vida y tuvo que someterse a un trasplante. El corazón trasplantado fue un intruso con el que su propio organismo luchó para expulsar, en un permanente movimiento de rechazo y aceptación. Su vida dependía de ello. Finalmente, aceptado el corazón intruso fue el que empezó a transmitirle vida y lo sigue haciendo hasta ahora. Así funciona la obra de un escritor como intruso. Es una obra extranjera que llega para traernos sus sombras y su luz por medio de las palabras. Su negatividad es la que permite este encuentro entre lector y obra. Así nos enfrentamos a la negatividad de lo ajeno, de lo extraño, de lo otro. Han nos habla de la experiencia que nos enfrenta a la negatividad del «otro». El filósofo dice que «el espíritu despierta en vista de “otro”. La negatividad del “otro” lo mantiene vivo. “Quien solo se refiere a sí mismo, quien persiste en sí mismo, está sin espíritu”» (2018, p. 92). Siguiendo a Heidegger dice que solo aquel que se libera de su «relación simple a sí» tiene una experiencia verdadera. Sin dolor, sin negatividad del otro, en el exceso de positividad, ninguna experiencia es posible. Pero no solo eso, la negatividad presenta un rasgo más importante durante el encuentro con el otro: es motivadora del deseo. Cuando algo es totalmente transparente, cuando no hay enig- mas, cuando no hay acertijos, cuando no hay preguntas, cuando todo es claro, ningún deseo se presenta. Para que haya algún brillo, necesitamos de las sombras. Necesitamos de ellas para que las luces irrumpan. Donde no hay quebradura, no hay Eros, donde todo es transparente, solo presenciamos el final del deseo. Graciela Montes tiene una hermosa metáfora que se refiere a este encuentro con lo «otro». ¿Recuerdan ese juego que amábamos de niños donde todos cantábamos, tomados de las manos, «juguemos en el bosque mientras que el lobo no está»? para luego añadir «¿Lobo, qué estás haciendo?» Montes dice que los sentimientos que surgen al enfrentar ese espacio desconocido son necesarios en una lectura. Es más, nos dice: ¡Pobres de nosotros si, desprovistos de bosque, ya no somos capaces de perdernos, de inquietarnos y deslumbrarnos frente a lo que nos resulta un poco oscuro, un poco en- marañado, un poco incomprensible! Sería como perder los enigmas. Y el que pierde los enigmas pierde también el deseo (2017, p. 135). 12 Dice Jorge Luis Borges en La muralla y los libros: «La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético» (Como se citó en Montes, 2017, p. 32) Un espacio para los lectores
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